«Las redes sociales, y sobre todo Twitter, están pendientes de los grandes titulares. Casi es como muy masculino, están pendientes del ombligo. Y yo vuelvo a decir lo que he dicho muchas veces, que nosotros tenemos que preocuparnos y ocuparnos de la vida cotidiana porque es muy feminista». Elegir las palabras, como bien recuerda Pablo Iglesias, supone definir el espacio en el que desarrollan las ideas. Por eso es importante fijarse en las palabras de Yolanda Díaz, la vicepresidenta y ministra de Trabajo, nueva lideresa de Podemos, porque son esclarecedoras. El ombligo, el egoísmo, la frivolidad cotidiana de las redes sociales es un valor masculino, del macho alfa presuntuoso y bronquista, mientras que el sosiego y la tranquilidad responsable, los asuntos de la vida cotidiana, son femeninos. Y ahí queda eso. Ese perverso maniqueísmo –eficientemente simplista, como todos los reduccionismos– coloca lo masculino en el terreno del mal y lo femenino en el espacio del bien. La reflexión salta olímpicamente por el trasunto de que las redes sociales han sido las principales aliadas de los partidos políticos emergentes, que han hecho de ellas uso y abuso, sin distinción de géneros o sexos. El hecho es que la reflexión de Yolanda Díaz tiene muchísimo de cierto. Aunque sea radicalmente falso que el ácido disolvente de las redes, provocado por el anonimato y la impunidad, esté vinculado exclusivamente a la testosterona.