Mañana es San Isidro, el patrón de los agricultores. Aunque vivió alrededor del siglo XI, no fue canonizado hasta 1622 por el papa Gregorio XVI. Y aquí es cuando aparece la duda. Teniendo en cuenta el importante peso de la religión durante la Edad Media, ¿el campesinado no tenía protector antes de Isidro? Responder a esta pregunta es adentrarse en una historia de política y poder, donde la fe parece quedar en un segundo plano.

El actor Santiago Segura lee el pregón de las fiestas de San Isidro, el miércoles en Madrid. | Europa Press / Alberto Ortega

Muchos siglos antes, en 990, el Concilio Provincial de Narbona, encabezado por el obispo de Tolosa, canonizó a un piadoso campesino llamado Galderic. Este labrador, nacido en una fecha incierta del primer tercio del siglo IX, era hijo de una localidad llamada Vievila, cercana a Carcasona. Durante su vida se había caracterizado por defender los derechos de los agricultores frente a los abusos de poder de los señores feudales. Enseguida corrieron leyendas y milagros alrededor de su figura y la gente de campo del Rosselló lo adoptó como protector.

Entra San Isidro, sale San Galderic

Entonces el Pirineo no era frontera sino eje central de la vida de los condados catalanes, con importantes centros religiosos, como el monasterio de San Martín del Canigó, terminado de construir en 1015. Para aumentar su prestigio e influencia, el conde Guifré II de la Cerdanya, fundador del monasterio, ordenó trasladar allí las reliquias de San Galderic, porque era una manera de atraer feligreses.

Entra San Isidro, sale San Galderic

A partir de ese momento, cada vez que había una sequía, una plaga o una epidemia, los monjes sacaban los restos del patrón en procesión para pedir que intercediera ante el Altísimo y poner fin a las penurias. Los estudiosos han contado alrededor de 800 salidas en romería hasta Perpinyà, donde se reunían miles de fieles cada vez.

Y así siguió hasta 1640. En Catalunya se produjo la Revuelta de los Segadores y Francia lo aprovechó para invadir los condados del Rosselló y la parte norte de la Cerdanya. Esta anexión se consolidó en 1659 con el Tratado de los Pirineos, que supuso la división del territorio catalán en dos partes.

La estima de San Galderic queda demostrada con el hecho de que, durante el conflicto, los monjes de San Martín del Canigó trasladaron sus reliquias a la iglesia de Sant Pau del Camp de Barcelona para que no cayeran en manos del enemigo. Terminada la guerra fueron obligados a devolverlas a su lugar de origen.

Eran momentos de cambios. Las monarquías cada vez estaban más organizadas y aspiraban a centralizar todo el poder posible. Querían controlarlo todo. Buena prueba de ello es que gracias al Concilio de Trento (1545-1563), los reyes tenían el derecho de nombrar a los obispos de las diócesis de su territorio. Esto hizo que a la zona de Catalunya comenzaran a llegar obispos procedentes de Castilla, y consigo sus costumbres, tradiciones y santos favoritos, como Isidro.

Isidro de Merlo Quintana había nacido en Madrid en 1080. Al igual que Galderic, también había sido un campesino muy creyente. Tanto que, en vez de trabajar, rezaba y, a cambio, los ángeles le hacían el trabajo. Al menos eso cuenta la leyenda. Su reputación de hombre virtuoso hizo que a partir del siglo XII los agricultores castellanos lo tuvieran en mucha estima y recurrían a él cuando necesitaban ayuda. Le atribuían el don de hacer llover, algo fundamental para el progreso de los cultivos.

Su santificación fue larga y enrevesada ya que se mezclaban datos reales y apócrifos. Finalmente el Vaticano lo incorporó al santoral gracias a la implicación de algunas familias nobles castellanas y, utilizando vocabulario actual, se puede decir que se puso de moda en su tierra de origen.

Cuando tras la Guerra de Sucesión los borbones llegaron al poder, impusieron su forma de gobernar los territorios. Fue entonces cuando en Catalunya se empezaron a sustituir definitivamente los santos autóctonos por los foráneos. San Isidro por San Galderic, la Virgen del Carmen por San Telmo y la Merced por Santa Eulàlia, que había sido símbolo de la resistencia de 1714.