Si se pudiera olvidar igual que se cierran los ojos, lo mismo que se calla… Si “nunca” fuese de verdad al tiempo lo que “nada” es al espacio, si la paz se alcanzara siguiendo los pasos azules del viento, imitando la amnesia de los espejos… Si al decir “adiós” pudiéramos poner todo lo pasado detrás del mar, acaso sabríamos qué hacer con la frustración, con el dolor, con la tristeza que nos procura de tanto en tanto la vida.

Pero no es así, nunca ha sido así. Hay veces que decimos “adiós” porque el ahora es abrumador y queremos transformarlo en pasado y el pasado en olvido. Se dice “adiós” anhelando el futuro. Decir “adiós” es cerrar la puerta para abrir, siquiera, una ventana, para buscar otra claridad, para respirar otro aire, para cambiar de paisaje. Se dice “adiós” con intención, casi siempre, de que el tiempo oville el olvido con la seda de sus horas y solo quede de ti la inmensa soledad de lo pasado.

Pablo Iglesias ha dicho “adiós” buscando el olvido, sobre todo el de su propio fiasco. Ahí está, despidiéndose con el mismo gesto adusto con el que ha dicho casi todas las cosas, porque, al fin y al cabo, uno solo es lo que es y anda siempre con lo puesto. Se va porque nada ha salido como lo pensó, porque, aunque quizás no lo tuvo en cuenta, el revés es parte de las cosas, generalmente la más visible, la más frecuente. Se va porque ha descubierto que no le quieren como el querría que le quisieran, y esto, que es el mal más pandémico de todos los males, porque lo sufren absolutamente todos los seres que en el mundo han sido, le ha resultado insoportable.

Así que se va, que ya se ha ido, y a uno le compete escribir una columna sobre eso. Y uno se da cuenta de que escribe “adiós” y de repente se le llena la columna de pájaros en desbandada, de siluetas que se alejan. Uno escribe “adiós” y de pronto se da cuenta de que está prosando en pasado aunque los verbos sigan empeñados en el presente de indicativo, que es lo más periodístico, según los viejos manuales del oficio. Pero es que uno escribe “adiós” y ya todo es bruscamente remoto, y la columna es pura arqueología. Siempre el periodismo, incluso el de urgencia, ha tenido vocación de arqueología, de vestigio, de resto que tal vez alguien encontrará, alguna vez, sin saber muy bien cómo llegó hasta allí. Todo tiende a la arqueología, incluso aquellos que durante un momento estuvieron a la luz, escalando los cielos, prometiendo bajarlos justo antes de que se le quemaran las alas.