“Permaneced en mi amor”. ¡Es el encargo del Señor en su despedida! Y el amor tiene sus normas, sus leyes; ¡no vale todo, no se acepta todo en el amor, en la amistad…! ¡Por eso, se rompen tantos matrimonios, tantas amistades, tantas relaciones humanas! ¡Todo no vale!

Por eso Jesús continúa diciendo: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”.

¡Está claro! ¡Hay “unas leyes”, unas condiciones en el amor a Dios! Pero el Señor nos ha puesto “el listón” muy alto: “Como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”.

¡Cuánto se habla siempre de amor! ¡Pero se entiende de modo tan diverso por unos y otros!

Recuerdo que en algunos libros en latín, que usábamos en el Seminario Mayor, para estudiar la Filosofía y la Teología, había, al principio de cada tema, esta expresión: “Explicatio terminorum”. De esta forma, se trataba de precisar el sentido de cada palabra, de cada concepto. Así se podía entender muy bien de lo que se trataba y así se podía luego dialogar, discutir sobre su contenido!

El Papa Benedicto XVI hizo algo parecido con el término amor al comienzo de su primera Encíclica: “Deus Charitas est”. Y también lo hace la Palabra de Dios, como constatamos, por ejemplo, este domingo.

Creo que el apóstol S. Juan nos da la clave cuando escribe: “En esto hemos conocido el amor: En que Él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos” (1 Jn 3, 16).

Y más adelante, dice algo sorprendente: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él” (1 Jn 4,16). ¡Cuánta gente hay desengañada en estas cuestiones del amor!

Por tanto, todo cristiano, más aún, todo hombre o mujer que busque el verdadero amor, puede decir o gritar: “¡Lo hemos encontrado!” “Sí, ¡hemos encontrado el verdadero amor! ¡Es el amor que consiste en dar y en darse, en entregarse cada vez más a Dios y a los hermanos hasta la dar la vida!”

Y si tenemos que dar la vida, ¿qué importa dar esto ahora y aquello, después?

¡Todo esto puede llevarnos a planteamientos muy exigentes! Es el camino que conduce a las “virtudes heroicas” que practicaron los santos.

Y este domingo en el que celebra la Iglesia en España la Pascua del Enfermo podemos recordar y valorar aquel amor que practican tantos profesionales de la medicina y de la enfermería, tantos familiares y también tantos sacerdotes y seglares en el cuidado material y espiritual de los enfermos.

En este tiempo de Pascua contemplamos a Cristo Resucitado como el prototipo del amor auténtico, del verdadero amor. Y nos enseña o nos grita que no tengamos miedo a amar de verdad, a fondo perdido, porque el “amor siempre triunfa”. ¡Más tarde o más temprano es así!

No es, por tanto, cuestión de palabras, de sentimientos o de vivencias, que también importan. Se trata de algo mucho más grande. “¡Ser amigo es hacer al amigo todo el bien. Qué bueno es saber amar!”, dice una canción que aprendí hace mucho tiempo.

¡Y no hay alegría más grande que la de amar y sentirse amado! ¡Aquí nos encontramos con la raíz y el camino de la verdadera felicidad! ¡Por eso el cristiano de verdad tendría que ser un hombre o una mujer inmensamente feliz! ¡Esa felicidad que tantos buscan, incluso desesperadamente, y no la encuentran!

Y este amor “ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom, 5, 5). Este domingo en que recordamos que el Señor nos enviará el Espíritu Santo, nos viene muy bien señalar que el amor verdadero es algo que viene de Dios gratuitamente, algo divino, que se infunde en nosotros fundamentalmente en el Bautismo.

Es ésta, como decía, la fuente de la verdadera alegría, que se vuelve intensa y desbordante, especialmente, en este Tiempo de Pascua, cuando ésta se vive con autenticidad.