Isabel Pérez Ayuso, la actriz del cine mudo que se cansó de pronunciar la palabra “libertad”, consiguió del electorado “tabernario” madrileño de Tezanos uno de los triunfos más arrolladores de la democracia, después de una campaña electoral frentista y decepcionante, desde el punto de vista democrático, de la práctica totalidad de los aspirantes. Se puede decir de la ganadora que no todos han sabido valorar su empuje, no ha sido fácilmente detectable por los radares y sí por una especie de hiperventilación del adversario que la odia, como casi nunca se ha odiado al rival, porque ve en ella una especial determinación para hacerle frente sin complejos. Esto, dependiendo del grado de agresividad y de cómo se midan las cosas a partir de ahora, puede ser bueno o malo, dada la polarización política de la que tanto se habla.

En Madrid capital, esa polarización tampoco es que dé una idea de lo que sucede si se trata de confrontar a la derecha con la izquierda; ya que Ayuso se impuso en todos los distritos, hasta en los tradicionales feudos del sur, de la izquierda. La “ayusización” del electorado tiene más que ver con el estado de ánimo que con ser de derechas o de izquierdas, en último caso dos de las infinitas maneras que el ser humano puede elegir para seguir siendo un imbécil.

Tras la ganadora, habrá que felicitar a Inés Arrimadas y Pedro Sánchez que fueron los que tuvieron la genial idea de plantear una moción de censura inexplicable en Murcia sin saber a lo que se arriesgaban con ello. Ya conocen el efecto mariposa. Arrimadas se ha quedado sin Madrid y sin partido, y el presidente del Gobierno ha conseguido él solo, bajando a la arena de la campaña, encumbrar a la que a partir de este momento es su principal amenaza política. Pablo Iglesias, en medio del patetismo y de la irrelevancia, habla de cortarse la coleta, otro logro de Ayuso. Tanta paz lleve como descanso deja.