Con los límites y las cautelas propias del tiempo indeseado, la capital palmera celebró ayer los 529 años de su fundación y su encomienda a la Santa Cruz. Y, con las vecinas dos Breñas y Mazo, abrió el mayo de las flores y las fiestas que, en esta edición, estrenó su título de Bien de Interés Cultural y Turístico concedido por el Parlamento de Canarias en su último pleno.

Jonathan de Felipe defendió la declaración en cuanto “es una seña de identidad de una comarca singular, un intangible valor que se sostiene con creatividad y esfuerzo y que figura entre los hitos más originales y participativos de nuestro patrimonio común”. La oportuna intervención del diputado palmero, ganó la unanimidad de la cámara y, en una semana, estos municipios armaron y mostraron, con tanta prudencia como alegría, sus diversas y famosas cruces.

Desde el siglo XVI, la ciudad y el puerto dieron lustre a la efeméride y al boato cívico y religioso, pontifical y procesión con el Pendón de Castilla, sumaron la tradición andaluza del adorno de los maderos, de distinto porte y ambición, repartidos por calles y caminos, encrucijadas y plazas. Mucho después aparecieron los mayos –muñecos de trapo cuyo atuendo se adaptó a los usos y las modas– para recrear estampas costumbristas que, del barrio de la Encarnación, pasaron a toda la población con tanto humor como éxito. Cada año un concurso municipal de amplia participación mueve a artistas y vecinos que muestran su ingenio y fidelidad figurativa en la ornamentación de una veintena de cruceros.

Breña Alta debe su arraigada devoción al descubrimiento –en 1622– de dos cruces en el tronco de un laurel que, además del asombro, suscitaron controversia con el clero capitalino por la posesión del madero. El fervor y generosidad popular costeó una capilla, anexa a la primitiva ermita de San Pedro y la tradición oral y documentada de un milagro cercano que llegó hasta nosotros. Pero, hablando de prodigios, cada año ocurre uno que no deja impasibles a propios y extraños. Repartidos por todos los rincones del término, los cruceros adquieren extraordinario protagonismo en montajes osados y brillantes, realizados con mimo y gusto exquisito. Como culmen de la generosidad, vestidas con sedas y telas costosas, las cruces cargan aderezos de valor material y espiritual incalculable: son las joyas familiares de los vecinos de un pago, un barrio, un caserío o una calle del moderno casco; las prendas que vinieron de América y las que se compraron aquí, de una tacada o en plazos pactados; las que enlucieron a las mujeres en las horas importantes de sus vidas y las que, sin dudas ni reservas, se prestan para un empeño común y para el pasmo colectivo ante un gesto tan generoso y brillante.

Pese al mal bisiesto y lo que cuelga las Cruces de Mayo, fechas mayores del oriente palmero, enseñan la fidelidad de la memoria y la probada sensibilidad que distingue a las gentes y los pueblos.