El mes de abril siempre ha sido bueno para celebrar la llegada de la primavera. Eso fue lo que hicimos una parte de la familia cuando decidimos aceptar la invitación de la primogénita y disfrutar un fin de semana en el Parque Nacional del Teide. Entonces aprovechamos la excursión para redescubrir con los dos nietos, Sergio y Fabio, algunos acontecimientos vividos relacionados con el Teide y sus cañadas. Primero las vacaciones de agosto de 1954 en la vieja casa de O.P. en los Llanos de Ucanca, cerca de la galería del Riachuelo, que suministró agua para el sur de la isla, a la finca de los Esquivel en Adeje. Luego la acampada en el Sanatorio con algunos compañeros de colegio y el descubrimiento de los tajinastes rojos en el Topo de la Grieta. Más tarde la inauguración del Parador de Turismo en 1956, así como la luna de miel en agosto de 1967 y las excursiones por Guajara con la Peña Baeza que presidía el fotógrafo, Imeldo Bello Baeza.

El paso y el peso de la edad se nota a estas alturas, físicas y temporales, sobre todo cuando uno recuerda los años de la década de 1970 cuando Francisco Ortuño me nombra, a su vuelta de Yelowstone, director del Parque Nacional del Teide. Las siete cañadas y el camino de Chasna, se volvieron familiares, desde el Portillo hasta el Parador, donde resalté la de Diego Hernández y la arqueología de Luis Diego Cuscoy, y el Estudio histórico del Camino Real de Chasna, del equipo que dirige Matilde Arnay; la de la Grieta y la ruta de Humboldt, los cabreros y las familias de la Villa orotavense, pero sobre todo la montaña de Guajara, en lo alto de Cañada Blanca, uno de los objetivo de este fin de semana para que los nietos conocieran la tercera montaña más alta del Parque Nacional, a una cota de 2700 metros. Afortunadamente encontraron la Violeta guajarensis y las paredes de piedra de la caseta-observatorio del astrónomo escocés Piazzi Smith y del francés Jean Mascart, tal como les enseñé posteriormente en la señalética situada junto a la Ruleta de los Roques de García. Pudieron comprobar los montes de Tenerife que Piazzi Smith propuso en La Luna.

A la familia les recordé el libro EL TEIDE, DE MITO GEOGRÁFICO A PARQUE NACIONAL, que escribí con Nicolás G. Lemus en 2004, cuando celebramos en La Orotava los cincuenta años de la declaración del Teide como Parque Nacional en 1954. La presentación del libro tuvo lugar en el viejo Liceo de Taoro y corrió a cargo del catedrático emérito de la ULL, el profesor de Botánica, Wolfredo Wilpredt. Ello me sirvió para refrescar la memoria de la historia del actual PN del Teide, adscrito mayormente al municipio de La Orotava que en 1894 consiguió inscribir en el registro la posesión de la propiedad de la gran finca de las Cañadas del Teide mientras que en 1924 lo hizo con la inscripción del dominio de la finca a favor del ayuntamiento de La Orotava. Este acto del mundo civil tuvo gran repercusión en 1952 cuando el ayuntamiento le cedió al estado español, con condiciones, una parcela de 720 mil metros cuadrados para que la administración estatal pudiese construir el Parador de Turismo, al pie de Guajara. No faltó tiempo para contarle la historia de las casas del Sanatorio al igual que de las diferentes subastas de terrenos en el Portillo de Arriba en los años de la posguerra y en los años de 1960. Se habló largo y tendido de las visitas de escritores como la cubana Dulce María Loynaz, de pintores como Francisco Bonnin y de Martín González, y de pastores como Juan Évora, reflejo del rostro humano del Teide, por su etapa en Boca Tauce. Obviamente se comentó la visita de Alejandro de Humboldt en 1799 y se trataron las explotaciones de piedra pómez, la ley de reclasificación del PN del Teide en 1981 y los cuarenta años de todos los PN de Canarias.

Los valores naturales y culturales del Teide se pusieron sobre la mesa y se habló de Telesforo Bravo y de Luis Diego Cuscoy. De las erupciones volcánicas de Chahorra y del Chinyero, de los Diplomas al Teide, de las galerías y de los neveros, del azufre y de la piedra pómez, de las abejas y de los pinzones, de los cuervos y los lagartos, de la procesión de tajinastes y de cedros canarios en el jardín botánico del Portillo, al igual que de la caza de conejos y de muflones. También del IAC y de la AEMET, del padre Casanova y de Francisco Sánchez Martínez, así como de las mediciones meteorológicas de Humboldt cuando subió camino del Pico por los montes de La Orotava en junio de 1799. No faltaron preguntas sobre las desaparecidas casetas del Kaiser ni sobre las películas y documentales en el PN. Como tampoco sobre los amigos del Teide y los concejales del ayuntamiento de La Orotava donde destacaron don Juan Acosta por su propuesta de declaración como PN en 1916 y don Amadeo Hernández en 1954 por sus incidencias municipales en los bienes de propios y el agua del Parador. Los patronatos y los diversos directores, el Teleférico al igual que los PRUG, la gestión del PN y el cabildo de Tenerife salieron a relucir a otros niveles. Al igual que la declaración del PN del Teide como Patrimonio Mundial en 2007. Todo ello me permitió redescubrir el Teide y sus cañadas.