Magníficas jornadas sobre este tema se han desarrollado en San Cristóbal de La Laguna la semana pasada. La Universidad de La Laguna y el Instituto de Teología han organizado un curso sobre la «Vulnerabilidad» realizando una aproximación desde distintas perspectivas: filosófica, económica, mediática, psicológica bíblica y teológica. He participado con mucho interés porque en Cáritas nos decimos que el objetivo de nuestra acción es la acogida y atención a la vulnerabilidad no atendida, como prioridad.

Ha sido interesante reconocer que no es posible dividir la humanidad entre vulnerables y no vulnerables, porque la condición humana, en cuanto sujeta a la condición humana, es vulnerable por naturaleza. Que somos sujetos de dolor y sufrimiento, que atravesamos momentos de debilidad en nuestra evolución biológica y psicológica, que tal vez es precisamente esta característica la que nos hace especiales en la naturaleza.

Uno lo entiende ahora con facilidad. Hemos dejado de utilizar el término usuario, o el más reciente de beneficiarios, para comenzar a utilizar el de participantes. Porque en los procesos de atención que se realizan todos participamos con nuestra condición y todos nos enriquecemos. Los excluidos y marginados por cualquier causa son sujetos y no solo objetos de su proceso; de igual modo que los agentes somos no solo sujetos, sino objeto de dichos procesos.

Participar en la condición de vulnerabilidad inherente a nuestra humanidad nos sitúa adecuadamente en la sociedad. Todos disfrutamos y todos sufrimos, y lo percibimos, y lo comunicamos. Nos necesitamos mutuamente para alcanzar nuestra propia realidad. Nadie tiene todo resuelto y garantizado para siempre.

Pero dicho lo anterior, esto no nos puede situar en el discurso infantilizado de no reconocer el sufrimiento ajeno amparados en el “yo también lo paso mal”. Hay niveles de sufrimiento y hay situaciones que no tienen un paragón con la media coherente con el bien común. Vuelve a surgir la voz de mi abuelo que nos enseñó a no decir que teníamos hambre, pues entre las ganas de comer y el hambre hay una diferencia de grado y de radical vulnerabilidad.

La muerte y la posibilidad de su advenimiento en cualquier momento nos hacen vulnerables. Nuestra precariedad se ha visto retratada en esta Pandemia en la que los recursos y el tren de vida no han servido para nada. Y nos recordaba la verdad que subyace al dicho popular de que “(…) mientras haya salud”, que tanto se repite después del fracaso anual de la Lotería de Navidad.

Nuestra salud es limitada y somos biológicamente vulnerables. Nada que añadir si nos realizan una radiografía psicológica y descubre que lo que considerábamos madurez es una idealización de una situación siempre dinámica y en continuo desarrollo. Todo puede caer como un castillo de cartas con un vaivén económico inesperado y hasta el techo que nos resguarda puede desaparecer del horizonte vital.

Muchas gracias a la ULL y al Instituto Superior de Teología por este esfuerzo de diálogo y formación que tan bien han llevado a cabo ayudándonos a ser agradecidos incluso con nuestras vulnerabilidades.