El proyecto de la central Chira-Soria es una expresión perfecta de su principal impulsor, que no es otro que el presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales. Este peligroso, sospechoso y despreciable disparate –cargarse el ecosistema de un barranco por razones ecológicas, mejorar el bienestar de los ciudadanos jodiéndoles la vida a cientos de personas– lo retrata tan bien que parece que se lo ha extraído de su misma entraña. Tampoco es de extrañar: Morales se aprecia sinceramente, se adora como la tierra al sol, se relame frente al espejo y sería capaz de devorarse a sí mismo si no lo sujetase su sentido de la responsabilidad hacia Gran Canaria. ¿Qué haría esta isla sin él? ¿Qué ocurriría si cayera en manos del Partido Popular o, lo que es peor, del PSOE, al que tolera como quien aguanta un puñado de golondrinos en el sobaco? Sí, Chira-Soria, el gran negocio de su espíritu y el espléndido negocio de la cuenta de resultados de Red Eléctrica, es su inmejorable autorretrato.

Morales nunca ha concedido ninguna virtud a la transparencia y al debate público. Como buen curita de izquierda sabe que la verdad es única y la mentira múltiple y por eso la mala gente se empeña eh hablar y en preguntar y defiende ese fantasma ideológico que llaman pluralismo. Ceder es una señal de debilidad. Abrir el proyecto al debate puede llevar a cuestionarlo razonada y razonablemente, y cuestionar el proyecto sembraría dudas repugnantes sobre la sabiduría omnisciente del presidente del Cabildo. ¿No es obvio, por tanto, que quienes critican la central –arquitectos, ingenieros, economistas, periodistas, artistas y otros ignorantes– pretenden destruir a Antonio Morales y destruir a Antonio Morales no significa otra cosa que condenar a Gran Canaria a una orfandad aterradora? Sinceramente, ¿hasta dónde quieren llegar?

Sin embargo, quizás lo que más le preocupe a Morales no sea eso. Lo que le enfurece –sin duda legítimamente– es que no se cuadren todos sus conciudadanos ante la brillantez técnica de la propuesta: una central hidroeléctrica de bombeo entre dos presas. Morales lleva desde el siglo pasado garrapateando artículos y folletitos sobre asuntos ecológicos y medioambientales como un profeta airado. Se ve a sí mismo como un cruce genético entre Chico Mendes y Elon Musk, regado con un chorrito de la cazurrería que ha confundido a mucha gente hasta llevarles a creer que Gran Canaria le cabía en la cabeza, cuando en su cabeza solo existe el espacio justo para su narcisismo. La malhadada central es el proyecto distintivo de su carrerón político, el único proyecto que excede su dimensión de gestor municipal de un pequeño pueblo. Gran Canaria debe ser salvada; si es necesario, salvada de sí misma. Que los más atrevidos le vengan a decir que su brillante ocurrencia, además de desmesuradamente onerosa, sucia y destructiva, resulta conceptual y tecnológicamente una antigualla es algo que no puede sufrir. Por eso, cuentan quizás con alguna exageración, se pasa las madrugadas engordando listas de los traidores a la patria, de los críticos vendidos a cualquiera de sus despiadados enemigos, de los descreídos y de los pobres de espíritu, de los palabreros y de los ociosos. Todos merecerán su castigo cuando llegue la hora.

Y, por último, están los subproductos. El material de derribo y la salmuera es otro rasgo de Antonio Morales. Que la gente –especialmente los más hulmides– termine creyendo que este es u gobierno de izquierdas, que la central de Chira-Soria puede ser entendida como una estrategia energética de izquierda, matará la credibilidad y atractivo de cualquier proyecto progresista durante el próximo cuarto de siglo, como la salmuera destruye la vida en las proximidades de la costa. A Morales no le importa: es ovolacteovegetariano y excluye hace años la sal en las comidas.