El exceso de luz oscurece tanto como la penumbra más densa. Precisamente, es en la luminosidad del espectáculo donde radica su capacidad para nublar la razón. Todo es decorado artificial y entretenimiento escenificado en el gran barco colgante que oscila como un péndulo, dentro del parque de atracciones en el que estamos encerrados. A nadie se le ocurre escapar, solo pensarlo se antoja un acto temerario. En caso de atrevernos a descubrir lo que ocurre fuera de la realidad que nos enseñan en las pantallas, la salida nos conduciría a otro parque de atracciones muy similar, con dispositivos igual de inteligentes, programados para inducirnos a entrar en un nuevo sueño hipnótico. En esto consiste el mareo constante que provoca esas terribles náuseas, para las que distribuyen pastillas que tragaremos sin dudar. Habituados al juego de la manipulación, asumimos el poder de los relatos de odio y redención que se introducen en nuestras mentes, previo análisis del comportamiento y las reacciones a los estímulos de forma personalizada. Si cada persona es un mundo, entonces habrá uno o varios algoritmos que nos describirán ese mundo tal y como lo deseamos, incorporando el necesario miedo a lo desconocido. Modelos a medida aplicados a clases sociales estandarizadas con su suelo y su techo bien definidos, su nivel de felicidad media, las limitaciones al pensamiento crítico establecidas por rangos de edad y por los factores endógenos y exógenos en el desarrollo de cada individuo. La posibilidad de medir nuestro tráfico emocional es la puerta de entrada a las políticas predictivas, que habrán calculado de antemano lo que va a suceder, para sacar el producto que nos venderán con relación a lo sucedido. Las variaciones en pasados, presentes y futuros alternativos se almacenan en el núcleo de luz que nos mantiene conectados a la ficción de nosotros mismos.

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