¿Y en Canarias no se lucha heroicamente contra el fascismo? Al parecer no. En realidad la pregunta es superflua, porque en Madrid tampoco se lucha heroicamente contra el fascismo. Se lucha para que el PP no continúe en el Gobierno, después más de un cuarto de siglo de hegemonía de la derecha, apoyada ahora por una ultraderecha vociferante y ajoarriera, pero eso no es combatir al fascismo. En términos más concretos, lo que intenta la izquierda es impedir que Isabel Díaz Ayuso se atornille en el poder regional. La presidenta ha convocado elecciones anticipadas, pero en 2023 tocará celebrar las próximas. La consolidación de Díaz Ayuso como personalidad política y producto electoral –y su renovación generacional, ideológica y retórica– auguraría un nuevo ciclo del Partido Popular al frente de la Comunidad autonómica madrileña, que podría transformarse en un trampolín para la lucha por el liderazgo de los conservadores. Conservadores, hay que repetirlo, muy conservadores, que fusionan ahora un populismo trumpista con los códigos del capitalismo de amigotes. Pero eso no es el fascismo que quisieran destruir apoltronados en el sofá de su casa o en calentitos despachos oficiales.

La izquierda es estructuralmente débil y si gobierna España con una coalición que no llega ni de lejos a la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados es por la insuficiencia de una derecha que se vio dividida electoralmente en tres fuerzas políticas. Con un triunfo amplio y contundente de Díaz Ayuso el horizonte podría empezar a cambiar. Si Pablo Iglesias bajó al ruedo autonómico es, al mismo tiempo, para salvar de una debacle cantada a Podemos y cortar la alternativa ayusista de cuajo. Porque Díaz Ayuso se ha revelado como una amenaza a medio plazo para la continuidad del PSOE y Podemos en el poder. No es la única, ciertamente, pero no es una amenaza en absoluto desdeñable. La otras dos, más potentes, es la evolución de la situación de Cataluña una vez indultados los protagonistas del golpito de octubre de 2017, y el desarrollo de las reformas que la UE exige a los beneficiarios de los fondos extraordinarios vinculados al combate contra los efectos económicos de la covid.

El coste político de esta campaña será terrible: infectará el futuro de todo el país, y no únicamente de los madrileños. Pablo Iglesias fue atropellado en un debate por la candidata de Vox, no por Díaz Ayuso, pero es lo mismo: ahora proclama que el PP quiere destruir la democracia y la libertad. El señor Grande Marlaska –para colmo juez en excedencia y Ministro de Interior– tilda a los conservadores de “organización criminal” y el PSOE saca a mitinear a la directora de la Guardia Civil. A los que justifican estos sórdidos excesos por el envío de amenazas anónimas por correo postal –incluyendo balas– habrá que repetirle lo obvio: no existe ninguna evidencia –al menos todavía– de la autoría o procedencia de las cartas. No creo que estas barbaridades –como las que repite la derecha– se evaporen el próximo 4 de mayo. Al contrario: se incorporarán al bestiario de la polarización brutal que han fraguado entre todos y a los mecanismos de una campaña electoral ininterrumpida.

No, en Canarias no se han reproducido estas barbaridades, pero debemos recordar que aquí se eligieron a dos diputados de Vox en las últimas elecciones generales de los que, como era previsible, no sabemos nada. Quizás sea mejor así. Lo que sí hay en Canarias es una situación social explosiva que no va a mejorar sustancialmente en este año; quizás tampoco en el próximo. No somos una sociedad inmune a los encantos ultraderechistas: simplemente Vox no tiene aquí un líder que sepa formas cuadros y equipos. Simplemente eso.