Vengo, soltando sapos y culebras por la boca, desde una desierta oficina de registro municipal donde no me han querido sellar el documento de una ONG porque, ¡hasta para eso!, “hay que pedir cita”, cuando veo el cartel anunciador de la exposición “El arte de Japón” que ofrece la Fundación CajaCanarias hasta el próximo mes de julio.

Dudo porque mis conocimientos sobre cultura nipona son escasos pero alcanzo a leer los nombres de Hokusai y recuerdo sus “fujis” y de Hiroshige y recuerdo sus “lloviznas” y como son los únicos artistas a los que llega mi pobre saber de ese país, me decido a entrar. Naturalmente pensando en que, las obras que se exhiben, por lo menos de esos dos magos de la ilustración, serán réplicas.

Pero no lo son, como tampoco el contenido en grabados, impresiones xilográficas, kakemonos y demás que llenan todas las salas en una explosión de colorista filosofía oriental que haría reflexionar a cualquiera sobre la aportación que la belleza del arte supone, en mi caso, como paliativo municipal y, en general, como medicina anticovid.

Un panel explicativo te anuncia que “la naturaleza es la expresión del fluir del tiempo a través de la alternancia de las estaciones” y cuando, a continuación, nos encontramos entre el pajarito Kigitaki enganchado en un almendro en flor y la cortesana Toyoharu, la cuestión empieza a ponerse muy interesante.

No nos habla, esta exposición, de las bobadas envolventes actuales, olviden la cuestión desde un punto de vista romántico o de simple estética. Esto es tan importante porque tras el despliegue de cataratas, olas, peces, montañas y árboles, tras la mirada de una geisha (quienes, aunque no obligadas sexualmente, sí lo eran laboralmente) o el grito de un samurai (cuya valentía lo era por su fidelidad hasta la muerte hacia su amo) o el ultranacionalismo originado en el sintoísmo (¡ay las religiones!) nos encontramos todos nosotros, repitiendo esas historias aunque en distintos países y en diferentes idiomas y enmarcadas en otras situaciones muy parecidas.

Leo que los grabados paisajísticos ukiyo-e fueron ilustrados por hábiles pintores pero que es en la policromanía del nishiki-e donde se aprecia el trabajo con todo su esplendor, una vez ha pasado por el diseño, la grabación sobre madera y la impresión. El resultado: imágenes que nos dejan asombrados por la belleza, el contenido y, sobre todo, por el mensaje que irradian sobre cada espectador para que él lo lleve a su universo particular: un paisaje lluvioso con gente tratando de cruzar un puente, doblados por el esfuerzo para vencer el viento y que nos refleja a nosotros, ante las dificultades de los tiempos que nos ha tocado vivir.

Una frase advierte de que la felicidad es fugaz. Pero muchos momentos así de fugaces pueden formar un tiempo prolongado en el recuerdo. Y servir contra la apatía, el malhumor, la desgana o el miedo circundante para los que la mejor vacuna podría ser exposiciones como ésta que nos demuestran que sólo en el arte descubriremos la vida que existe en nuestra realidad.