El “Ingenuity” ha sido el primer aparato construido por el ser humano en volar en la atmósfera de Marte. El vicepresidente del Menceyato macarronésico y consejero de Hacienda, Román Rodríguez, sin ayuda mecánica alguna, se elevó mucho más alto esta semana, en el Parlamento canario, para sobrevolar los cielos de una tierra sancochada, según su brillante discurso, de millones y satisfacciones.

El archipiélago que percibe sensorialmente el Gobierno guanche es uno feliz, en donde se van a repartir miles de millones de euros entre empresas que no son la peluquería de la esquina, el pequeño quiosco o la tienda donde compramos batatas que no llevan cartera ni corbata. El vice Rodríguez sacó pecho con esa cifra multimillonaria y con el hecho de que el presupuesto de este año engordará en más de dos mil millones, que nos van a llover de Europa y que entre otras cosas se destinarán a reforzar la Sanidad y la Educación, que además ya se reforzaron el año pasado contratando siete mil nuevos empleados públicos, mientras el sector privado perdía cincuenta mil trabajadores. Y retó a los grupos de la oposición a encontrar una Comunidad Autónoma donde haya crecido más el gasto sanitario o el educativo. Gastar más es sinónimo de ser mejores. Los sindicatos que amarillean aplauden con las orejas. Y los prebostes de la patronal, convenientemente cebados, asienten a todo, muy complacidamente complacidos.

Volando a esas alturas del autobombo es lógico que no se perciban algunos pequeños detalles del paisaje. Como que esta comunidad ocupa los últimos lugares en todos los informes objetivos sobre niveles educativos. Que las listas de espera —y desespera— de la Sanidad pública no hacen más que engordar. O que seguimos dando clases a más de dos mil niños en barracones impresentables, llamados aulas modulares, donde se cuecen con el calor y se mueren de frío profesores y alumnos. Es decir, fruslerías que no impiden, a los que mandan, despegar del suelo de la insoportable mediocridad.

Porque ese es el asunto: que están levitando. Todo lo contrario que las trescientas mil personas que no tienen para comer. Los ochenta mil que están sobreviviendo a duras penas con los salarios recortados de un ERTE. Los doscientos ochenta mil parados, una buena parte de ellos sin prestaciones, que han perdido la esperanza de encontrar un salario. Las cuarenta mil personas que cobran una pensión no contributiva que no les da para vivir. Las miles de familias que están llamando a las puertas de los comedores sociales y las organizaciones humanitarias. De todos esos no hay ni uno que se despegue del suelo para levitar en la satisfacción, porque el hambre y la pobreza pesan como el plomo.

Los que gobiernan estas Insulas Desbaratadas parecen estar satisfechos de cómo están respondiendo ante esta crisis. Aunque no haya suficientes viviendas públicas para la gente que las busca. Aunque no se hayan pagado todas las ayudas al alquiler. Aunque las ONG denuncien que aumenta la demanda de comida y baja la cantidad que se destina a comprarla. Aunque las prestaciones sociales se atasquen de forma interminable y no lleguen a la gente que se muere de hambre. Aunque hayamos perdido en la venta de servicios turísticos más de once mil millones y nuestras exportaciones se hayan desplomado en más de novecientos. Aunque la recaudación de impuestos — que es el termómetro de la salud social— haya caído en casi seiscientos millones.

A pesar de todo eso, flotamos felices en el miasma de la satisfacción porque nos van a llegar unos dos mil millones de bobilis bobilis gracias a la generosidad de los europeos. Y siendo que Canarias ha basado su autogobierno y su prosperidad en una vieja y exitosa tradición de mendicidad institucional, he aquí que estamos logrando nuestra mayor cota de éxito en la especialización. El “Ingenuity” vuela en Marte y el “Cretinity” en el Atlántico.