Hoy leí un relato que me conmocionó, y dada la cantidad de situaciones en las que nos vemos inmersos en nuestro día a día me apetecía hablar un poco de este tema que tan poco se trata y tan delicado es. Ante todo, hablo desde el máximo respeto y con mucho cariño, sabiendo que cada caso es único y especial, tanto para la persona que es lesbiana, gay, bisexual, trans, + y resto de comunidades, como para los padres que viven esa experiencia.

A ninguno de ellos se les ha preparado, no lo eligen y como la situación es tan sumamente comprometida en todos los aspectos, ya sean psicológicos, emocionales o sociales, pues se sufre, y mucho.

El primero que sufre, evidentemente, es esa persona que no se siente parte de un estereotipo social marcado por una linealidad cultural. Cuando se dan cuenta, cuando descubren, cuando comprenden lo que les ocurre… se encierran, se aíslan, se distancian intentando encontrarse y apoyarse en alguien que pueda entenderlos, comprenderlos y quererlos tal como son. Es en ese momento cuando surgen las primeras piedras, porque no siempre encuentran ese apoyo, incluso entre los suyos que, aunque sean mentes más jóvenes y menos direccionadas, también se sienten discriminados, señalados y estereotipados en la figura de “los raros”. Y si a esto le añadimos la prueba final, la de comentarlo y abrirse a su familia, sobretodo a sus padres, entonces…

Los padres aquí son las figuras de máximo respeto. Dependiendo de la confianza algunos lo dirán primero a ellos, otros, en cambio, tardarán años porque como todo ser humano y sobre todo en esta circunstancia, es el miedo al rechazo y a no ser queridos el que prima, y es a través de esos miedos por donde se moverán día tras día.

Después están los padres que cuando tienen un/a hijo/a lo único que desean es lo mejor para ellos, que no sufran, que tengan una buena vida y que consigan todo aquello que ellos no pudieron. Proyectan es los hijos sus propios sueños, los visualizan cómo les gustaría que fuesen y adónde les gustaría que llegasen, viendo sus cualidades y las opciones a las que podrían llegar. ¿Y qué pasa entonces cuando llega un hijo/a y les dice lo que les dice?

“Mami, a mí no me pongas ni coleta ni trabitas que yo soy un chico”, le dijo la pequeña con dos años a su madre Eva, con quien de la mano comenzó el camino que lo ha llevado a convertirse en David, un niño de sonrisa pícara que ahora tiene once años y sueña con ser youtuber.

Eva admite en una entrevista con Efe que este camino no ha sido nada fácil, principalmente por su propia falta de información. Lo ha recorrido primero con negación, después con aceptación frente a lo evidente y, ahora, por fin ve con orgullo al niño que siempre fue su hijo.

…..

De la misma manera, ahora el género de sus hijos tampoco le importa. “Me da igual que David sea chico o chica, lo único importante es que sea feliz”, señala Eva, quien cree que el género no lo eligió él sino que forma parte de su identidad personal, como le pasa también a su hermana.

Sin embargo, llegar a esta afirmación le costó. Por miedo, por desconocimiento, por el qué dirán o por la suma de todo.

Si con dos años su hijo le pidió que no le pusiera adornos en el pelo, con tres, sentado en el orinal y metiendo su cabeza casi dentro, le dijo: “Ves mamá yo tengo un pene pequeñito, está ahí adentro y me va a crecer”. “No cariño, tú eres una niña” le decía y seguía con su vida.

El tiempo fue pasando y su sentido de la responsabilidad la llevó a informarse sobre la transexualidad y llegaron las palabras “mágicas”: “Cariño, papá y mamá te van a querer seas un niño o una niña igual”.

Mágicas porque hicieron que David suspirara como quien se quita un peso de encima y comenzó su nueva vida con cinco años.

“A nadie se le puede negar una infancia feliz”, admite Eva, quien, como cualquier madre, vela por el bienestar y la alegría de sus hijos.

(Belén Rodríguez para la agencia Efe)

Como padres ese momento es terrorífico como describió Eva en su entrevista, negación, miedo, el no saber… todo suma. El tiempo ayuda a poner las cosas en su sitio. Al igual que la comunidad LGTB+ pasa su proceso primero de forma interna para luego externalizarla, los padres también necesitamos ese tiempo para madurar esa idea y, finalmente, comprender que lo importante es que nuestros hijos se sientan apoyados y respetados siendo quienes son porque, al fin y al cabo, lo importante es que sean felices. Es en ese momento cuando nos entra el miedo. Porque desde el proteccionismo que nos nace hacia la situación que entendemos que puede herirles, sabiendo la sociedad en qué vivimos y el daño que pueden sufrir por su condición sexual o situación de género, lo único que vemos son los problemas a los que se van a enfrentar y lo que pueden sufrir. Pero lo que como padres hay que entender es que ya sufren, sobre todo por no poder ser como son, libres en su máxima expresión y eso ya es parte del recorrido de su propia felicidad. Para ello habrá que ayudarlos para que sepan elegir de quién se rodean y que la crítica no les haga mella, que se realicen, que sean fuertes y que luchen por sus sueños y que consigan esa serenidad. Al fin y al cabo, ¿no es eso lo que buscamos todos? ¿Qué más da cuál sea su condición sexual o su género? Puede ser difícil, y mucho, pero…

http://anaortizpsicologa.blogspot.com.es/