En los tiempos de normalidad, antes del coronavirus, las carreteras de Tenerife estaban colapsadas. El sufrido contribuyente perdía todos los días varias horas de su vida en interminables atascos que se agravaban en caso de lluvia o accidente. Luego nos encerraron en nuestras casas, llegó el teletrabajo y el problema desapareció. Pero solo en apariencia. En cuanto le economía vuelva a funcionar, el turismo regrese y abandonemos estos tiempos de miseria, volverán las colas y los cabreos.

Se podría pensar que una administración eficiente debería haber aprovechado que los usuarios estaban en su casa para acometer las grandes obras de infraestructura que necesitamos. Pero eso sería en un mundo ideal, donde las cosas funcionaran. Se podrían haber creado miles de puestos de trabajo en obra pública, con las mínimas molestias y con carreteras vacías. Pero no. Las obras parece que siempre se hacen en hora punta.

A estas alturas, los problemas de conectividad de nuestra isla siguen como estaban. Es verdad que se están haciendo algunas obras –como el cierre del anillo– pero las zonas de atasco siguen prácticamente igual. Todo está preparado para que Tenerife regrese al colapso cuando vuelva a la normalidad.

A la hora de identificar responsables no hay que afinar mucho la puntería. El Cabildo de Tenerife se lleva partiendo la cara desde hace muchos años con los responsables del Gobierno de Canarias en materia de carreteras. A veces se nota más y a veces menos, pero esta isla se ha quedado muy atrás en comparación con otras del archipiélago en materia viaria. Se entiende muy poco que se haya puesto toda la carne en el asador con la carretera de La Aldea, en Gran Canaria –por encima de los doscientos millones de inversión en la última fase– y aquí sigamos racaneando con desdoblamientos y ampliaciones que nunca se terminan. Entre otras cosas porque, como mínimo, tan importante es solucionar un problema para diez mil habitantes como resolver la economía de una isla con casi un millón de ciudadanos desesperadamente atascados.

Se dice que todo está en marcha. Que las obras se están licitando. Que están a punto de caramelo. Pero todo sigue igual. Esta isla no tiene tren, ni se le espera. No hay alternativa al transporte por carretera. Es el que lleva y trae mercancías y gente de un lado para el otro. Y deberíamos tomarnos muy en serio que la conectividad interior tiene mucho que ver con el desarrollo de nuestra economía.

Los que peinamos canas nos acordamos de proyectos que llevan décadas durmiendo el sueño de los justos. Como aquella famosa vía cornisa que conectaba Santa Cruz con La Laguna. Hoy tenemos puentes sobre la autopista que no van a dar a ningún sitio. Debates eternos, como si se soterra la autopista a su paso por La Laguna o si el tranvía alguna vez, en esta vida o la otra, llegará al aeropuerto de Los Rodeos. Esto no puede seguir así. Hay que tomar decisiones. Apostar por proyectos. Y hacerlos. Porque pasa el tiempo y seguimos detenidos en el mismo y eterno atasco mental.