Hace tiempo que sabemos cómo piensa políticamente el Nobel de literatura Mario Vargas Llosa, por lo que no debe sorprendernos su último artículo sobre las elecciones en el Perú.

Vargas, él mismo candidato frustrado a la presidencia de ese país en 1990, se permite en su artículo decirles a sus compatriotas a quién deben votar esta vez.

Y su recomendación es que escojan el mal menor, optando por Keiko Fujimori, hija del ex presidente –“ex dictador” él le llama– de ese mismo apellido, quien cumple 25 años de cárcel por graves elitos cometidos mientras ejerció el poder.

Porque el mal absoluto, según Vargas, sería votar a quien ganó la primera vuelta de las elecciones, Pedro Castillo, al que describe como “un maestro provinciano, natural de Chota, en el interior de Cajamarca”.

Es cierto que se trata de un político que defiende ideas trasnochadas y discriminatorias como la oposición al matrimonio homosexual, al aborto y a la enseñanza sexual en las escuelas, en lo que coincide con los sectores más reaccionarios de la Iglesia peruana.

Pero aún más que eso parecen repugnar al autor de Conversaciones en la catedral las ideas económicas que tiene el candidato y que Vargas dice inspiradas por el boliviano Evo Morales y el ecuatoriano Rafael Correa. Así, Castillo propone renegociar los contratos firmados por el Estado peruano porque, según explica en su programa electoral, actualmente “las transnacionales se quedan con el 70 por ciento de las ganancias y el Estado sólo con el 30 por ciento”.

El maestro de escuela y líder de Perú Libre promete que si es elegido presidente, esa proporción se invertirá y las empresas transnacionales sólo tendrán derecho al 20 por ciento de las ganancias mientras que el Estado se quedará con la parte del león: el 80 por ciento. Esto le parece intolerable al novelista e ideólogo neoliberal, quien denuncia en el artículo la amenaza de Castillo de nacionalizar, si llega al poder, aquellas empresas que no acepten su radical planteamiento. También debe de parecerle horrible a Vargas el anuncio de Castillo de que derogará la constitución y revisará los tratados internacionales de forma que en el futuro no haya empresas en las que un patrón gane “veinte veces más lo que gana un obrero”.

Vargas Llosa ve asomar ya en el Perú una sociedad “comunista”, y ello en una época en la que, según el mismo escribe, el comunismo ha desaparecido de la faz del planeta, salvo las “horripilantes excepciones de Cuba, Venezuela, Nicaragua y Corea del Norte”. Curiosamente, no menciona a China por considerar seguramente que ese país es más bien un extraño híbrido entre el comunismo que tanto le horripila y esa sociedad de libre mercado que le fascina.

Frente al terrorífico escenario que ya vislumbra en su país de origen si triunfa Castillo, Vargas insta a sus compatriotas a votar a su rival, la hija de Alberto Fujimori, pues es la única posibilidad de salvar allí la democracia, amenazada por el maestro de escuela.

Es cierto que Vargas no se hace demasiadas ilusiones sobre Keiko Fujimori, pero el hecho de que la candidata participase “de manera muy directa” en “la dictadura de su padre” o que esté acusada por la justicia de haberse lucrado con la operación Lava Jato no parece preocuparle tanto como el ultranacionalismo de Castillo.

Es cierto que, como nos recuerda el propio articulista, “el poder judicial ha pedido para ella treinta años de cárcel”. Pero ¿qué es eso frente al peligro comunista?

Siempre que uno lee en el diario nacional que tan generosamente acoge sus lucubraciones un artículo de Vargas Llosa, le dan ganas de gritarle al autor: “¡Novelista, a tus novelas!”