Puestos a conmemorar, prefiero la fiesta del martes, Día Internacional del Beso, a la del día 14, aniversario de la Segunda República, porque soy monárquica y conservadora. Mas no me guían solo razones políticas, pues en estos tiempos de aislamiento, cuando arrumacos y mimitos se prohíben en público a todos y en privado a los mayores que tanto los precisan pero para los que tan peligrosos son, necesito homenajear al beso y no escribir hoy ni sobre elecciones madrileñas ni propaganda gubernamental ni la LOMLOE ni siquiera sobre los comportamientos cada vez más antidemocráticos del líder de Podemos. Todo eso me pone triste y el beso me alegra. Así que afirmo que ese patrimonio de la humanidad, que, fuera de pandemias y contagios, prohíben en la calle todavía países como Malasia, Pakistán, Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Nigeria o algún estado de Méjico, -lo dice elviajerofisgon.com-, es hoy una de las manifestaciones de cariño perdidas más merecedora de homenaje, y uno de nuestros gestos más añorados. Guardados tengo, que no olvidados, todos los besos que no he dado desde marzo, y como el destino de los besos es darlos, sueño cada día en la libertad que me permita cumplirlo.

Convertidos en palabras verdaderas, para Salinas hay besos que duran más que un relámpago y un milagro y para Cortázar, besar es jugar al cíclope. Hábito de Dios lo llama José Hernández y verdad de la saliva Saramago. Juan Ramón los convirtió en hijos del amor y Neruda en gota de miel desenterrada. Para Quevedo es un soplo tuyo escrito en humo, y, más parlanchín y complicado, Góngora lo relata con la dulce boca que a gustar convida un humor entre perlas destilado. George Sand lo describió como una forma de diálogo ypara Sabina lo malo de los besos es que crean adicción.

Adictos a los besos nos hemos vuelto en estos tiempos de dolor. Afortunadamente volveremos a ellos. No quiero entonces ni pensar qué será de los34 músculos de la cara necesarios para besar el día que podamos hacerlo sin censura. Será glorioso.