En un día muy soleado de la semana pasada accedimos a través de un enorme arco al Jardín de Aclimatación de La Orotava en el Puerto de la Cruz, encontrándonos de entrada con un ciprés calvo procedente de Estados Unidos, rodeado a su vez de blancas calas conocidas por orejas de burro, iniciando así el recorrido por unos jardines de 20.000 m2 creados por una Real Orden de Carlos III de 17 de agosto de 1788 para aclimatar plantas tropicales en territorio español gracias a las gestiones de Alonso de Nava y Grimón, VI Marqués de Villanueva del Prado, disponiendo de unas 4.000 especies, algunas de gran belleza y rareza procedentes de lugares muy lejanos.

A poco de caminar por sus paseos, llama la atención un enorme helecho procedente de Australia, el helecho arbóreo, mucho mayor que las píjaras de la reserva natural integral de laurisilva de El Pijaral del tinerfeño macizo de Anaga, también conocido como sendero del bosque encantado.

Al momento vimos una especie conocida como café arábigo, procedente de Etiopía, del que cuentan que un pastor observó cómo su rebaño de cabras bailaba alrededor de un arbusto de bayas rojas, con lo que, intrigado, las probó y se puso eufórico. Pasado el tiempo, en el año mil de nuestra era, sus granos cruzaron el mar Rojo hasta Arabia, y los clérigos los usaron para mantenerse despiertos en sus nocturnas oraciones, hasta que en 1616 los holandeses introducen la primera planta en Europa, fundando en 1696 la primera explotación europea de café en Java (Indonesia). En 1727 llegó a Brasil, convirtiendo a este país en el primer productor de café del mundo.

En el Jardín Botánico se encuentra la ceiba speciosa más grande de Canarias, siendo sus hojas de color rosado, también llamada palo borracho por la forma de botella que adquiere su tronco con el paso de los años, usándose para fabricar canoas. Luego llegamos a un árbol, el alcanfor, que desprende un aceite esencial utilizado por los egipcios para el embalsamado de cadáveres, además de numerosos usos medicinales, perfumería y aislantes eléctricos, empleándose sus hojas como condimento, y su madera en la construcción de muebles y acabados de interior.

Vimos luego una sección de plataneras que se caracterizan por no tener semillas, mientras en el sudeste de Asia e islas del Pacífico sus plátanos sí las producen, siendo llevadas al África tropical, desde donde son introducidas en Canarias por comerciantes portugueses, yendo de nuestras islas a Santo Domingo, América central y el Caribe. Luego encontramos la palmera canaria, nuestra especie endémica, símbolo vegetal muy usado en jardinería, descubierta por Hermann Wildpret, jardinero mayor y bisabuelo del botánico canario por excelencia, Wolfredo Wildpret de la Torre.

A un enorme árbol, el ficus sycomorus, se le conoce como higuera de los faraones porque los egipcios utilizaron su madera para construir sarcófagos, dada su naturaleza porosa y a la vez duradera, usándose tradicionalmente sus hojas para sopa, la corteza para el dolor de garganta y estómago y afecciones de la piel, y su raíz por los etíopes para prevenir el tifus.

Y si hay una especie espectacular y considerada como el icono vegetal del Jardín Botánico, esa es la higuera o ficus de Lord Howe, un enorme árbol que posee un tronco colosal con extensas raíces externas y otras aéreas que descienden hasta el suelo, donde al ensancharse ayudan a soportar el gran peso del ficus, un gigante plantado en la década de los 70 del siglo XIX por Hermann Wildpret, variedad procedente de la isla de Lord Howe, situada a 600 kilómetros del este de Australia.

Y ya en la despedida nos fuimos hacia una planta, la mimosa polycarpa, que cuando intenté acariciarla plegó sus hojas, siendo así cómo evita ser dañada o comida, protegiéndose del exceso de calor o de un posible predador, que no era mi caso.

Un jardín botánico encantador, un remanso de paz que tenemos a nuestra disposición en Tenerife, con un precio de entrada de solo 2 euros para residentes y 3 para extranjeros, que te invito a visitar y disfrutar.

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