Las cifras de la población extranjera en las islas ha despertado alguna sorpresa. ¡Qué escándalo, aquí se juega! como diría el comisario Renault. Hay mucha. Y no ha sido de la noche a la mañana que han llegado para sentarse y vivir aquí. Y conviene recordar que hace algunos años, al entonces presidente Paulino Rivero casi le cuelgan de las pelotas por atreverse a plantear la conveniencia de discutir una especie de “ley de residencia”.

A ver. Los canarios somos un pueblo emigrante y tal y tal. De acuerdo. Y la escritura cuneiforme se originó en Mesopotamia. La historia es lo que tiene, que es maravillosa. Uno echa para atrás y se encuentra de todo. Por ejemplo, los canarios, antes de ser emigrantes, estaban aquí amasando cabras y ordeñando gofio –¿o era al revés?– y llegaron otros, que luego serían los nuevos canarios, con una cruz en el pecho y una espada en trasero y los pasaron a cruz y a cuchilla. ¿Y qué? Nosotros emigramos, ellos emigraron y podemos seguir declinando hasta el fin de los tiempos. Pero estamos hablando de aquí y ahora.

Durante las décadas de crecimiento económico llegó a las islas un porrón de gente. Muchos vinieron con perras, para plantar hoteles, hacer agricultura turística y llevarse la pasta. Porque conviene recordar que aquí, con la inteligencia criolla, los secarrales solo los usábamos para plantar tomates. Y muchos miles de currantes vinieron para trabajar de sol a sombra. Nuestro sector turístico ha preferido siempre contratar mano de obra de importación, no porque sea más barata –no, por dios– sino porque está más cualificada y reparte las toallas en ruso, alemán, inglés y esperanto. Y así se ha dado el caso de que en Canarias el paro estaba por la estratosfera, pero seguían llegando trabajadores foráneos. ¿La explicación? Es que los canarios no quieren moverse para trabajar. Hombre, igual si se pagaran sueldos decentes....

En todo caso estamos donde estamos. Con casi trescientos mil extranjeros censados y otros muchos miles sin contabilizar. Casi más población que las cinco islas no capitalinas juntas. Y eso no es ni bueno, ni malo, sino todo lo contrario: un hecho. Gran parte del gran crecimiento demográfico de las islas ha estado protagonizado por la población importada. Y eso ha sobrecargado las zonas turísticas del territorio. Ha superado la capacidad de las administraciones para ofrecer servicios públicos adecuados según y donde. Y ha tensionado el mercado de los alquileres. También es verdad que la fuerza de esa mano de obra ha generado riqueza –sobre todo para el capital invertido– y crecimiento.

A la vista de lo visto, tal vez habría que desempolvar esa vieja idea de estudiar cuánta gente cabe en estos siete barcos. Hablar de una Canarias sostenible no se reduce solo al cambio energético. También afecta al modelo de nuestra economía, al impacto en el territorio y a la carga de población que podemos sostener. Pero como somos estupendos, vamos a llenar las azoteas de placas solares y de lo otro ya hablaremos el siglo que viene.

Como casi siempre y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, el Gobierno va a prohibir que se fume en las terrazas al aire libre incluso cuando acabe el Estado de Alarma. El solaz de mucha gente, que se sentaba para fumarse un pitillo y hablar con los colegas, será un placer definitivamente prohibido para alegría de los no fumadores. Lo curioso es que se esgriman razones sanitarias para seguir arrinconando al tabaco. Pero es cierto: es malo para la salud. Y mata. Exactamente igual que el alcohol que también viene etiquetado con un impuesto del Estado, que cobra una pasta por ambos vicios. Y mucho de lo que se sirve en esas terrazas al aire libre es precisamente alcohol. Esa funesta manía de salvarnos de nosotros mismos es muy propia de un Estado totalitario, santurrón y cínico, que te deja respirar en las terrazas el aire contaminado de los vehículos que pasan a dos metros de tus narices, pero que no quieres que fumes. Con lo primero se causa un daño colectivo y con lo segundo solo te fastidias a ti mismo, pero a pesar de eso tienen pensado darle otra cuchillada a los viciosos. Ya los echaron de los interiores y los llevaron a las calles. Ahora los echan de las terrazas. Y dentro de muy poco construirán corralitos, como los que antes había en los aeropuertos. En muy poco tiempo los fumadores serán drogatas que se esconderán en lugares oscuros para fumarse la mandanga que les ha vendido un camello que es al mismo tiempo el policía que le persigue. Qué alucine de país.