Dejemos la visita de Anselmo Pestana, delegado del Gobierno, al campamento de Las Raíces, anunciada con una pompa y prosopopeya digna de la viaje de Leopoldo III al Congo, para más adelante. En los últimos días han llegado otros dos cayucos, uno de ellos con once muertos a bordo, sin mayores horrores, y un juez ha establecido que si un migrante dispone de pasaporte en regla, y no es devuelto a su país de origen en tres días, es perfectamente libre de trasladarse a cualquier punto del territorio español. Ni los muertos ni los jueces quebrantarán la voluntad del Gobierno ni afectarán a las instrucciones que Pestana cumplirá escrupulosamente. Algunos me dicen que Pestana es un buen tipo y que simplemente le ha caído encima una responsabilidad muy dura. Pero nadie lo encañona: podría dimitir perfectamente y ahorrarse náuseas morales y responsabilidades inasumibles para un hombre digno. No parece previsible que lo haga. Y no solo por los galones: la Delegación del Gobierno es una emulsión púrpura que fortalece su posición como secretario general del PSOE de La Palma. La Delegación del Gobierno ofrece más visibilidad, contactos y relaciones que la vicepresidencia del Cabildo de La Palma, por ejemplo. Pestana no quiere salir de la Delegación en ningún caso; lo más probable es que sueñe con permanecer acampado en su despacho indefinidamente. ¿No empezó por ahí Carolina Darias y ahora mírala de ministra y todo?

Este abril se han cumplido noventa años de la proclamación de la II República Española. Como las élites políticas del país están jugando, cada vez más entusiásticamente, a la guerra civil, Pedro Sánchez no se pudo reprimir y el otro día comentó en el Congreso de los Diputados que la democracia española (sic) tenía varias fechas en las que reconocerse, y junto a la del diciembre de 1978 (ratificación y promulgación de la Constitución en vigor) está el 14 de abril de 1931. Como era de esperar, bronca en amplios sectores de la derecha y fieles escribidores de la izquierda explicándonos didácticamente que no nos creamos que la democracia en España llegó con la Constitución de 1978, porque ya había venido en abril del 31, lo que ocurre es que el fascismo la destrozó y a pasar de los heroicos intentos…

Por supuesto que una parte sustancial de las derechas de este país sigue teniendo un problema con la república, pero es mucho menor y menos influyente que la mitificación que la misma ha jugado y sigue jugando entre las izquierdas. Las izquierdas (la mayoría del PSOE, el PCE, los anarcosindicalistas, la CNT) y los nacionalistas vascos y catalanes querían utilizar la República de 1931 para desarrollar un proceso revolucionario unos y abrir un proceso separatista otros. La democracia parlamentaria republicana –sus valores y sus instituciones– no eran el objetivo estratégico, sino una estación de paso y un ámbito más propicio a la organización y extensión de fuerzas revolucionarias. Un largocaballerista –y la gran mayoría del PSOE lo era en 1936– creía tan poco en la democracia parlamentaria del republicanismo como un falangista. Y viceversa. Por supuesto que en el bloque progresista anidaban verdaderos demócratas, reformistas y moderados que entendían la república como un espacio público de libertades y derechos compartibles por todos y basado en el pluralismo político, elecciones libres, laicismo y separación de poderes. Pero eran una minoría. Clara Campoamor –poca sospechosa de franquismo– tenía perfectamente claro que si los sublevados hubieran sido derrotados el resultado final no hubiera sido una democracia parlamentaria, liberal y plural. Pero a Campoamor se le celebra mucho y se lee muy poco. Como ocurre con Chaves Nogales, molesta a los que no entienden y desprecian los valores democráticos a izquierda y derecha. Hoy como ayer.