La extrema izquierda ha sido y es violenta, y lo es per se. La extrema izquierda es la que planta cara y no se arruga, es el no pasarán, patria a muerte, venceremos, son tan altos sus objetivos e ideales que el juego democrático les resulta raquítico e inútil. La extrema izquierda solo puede tener como escenario natural la calle y el enfrentamiento (lucha popular/lucha de masas), no los antiguos ateneos obreros o la razón argumental. La extrema izquierda es, quitando el fascio catalán, la responsable de prácticamente la totalidad de la violencia política: agresiones, intimidaciones, coacciones, amenazas, cerco de instituciones democráticas. Algo simplemente estadístico. Ni hay ni ha habido una extrema izquierda pacífica y democrática salvo en el poder pero por tactismo e imagen. Pero incluso en él sigue alentando, justificando, amparando esa violencia, como en el caso de Vallecas. Conocí a suficiente extrema izquierda para saber que tildarlos de no violentos y avenidos exclusivamente al juego democrático sería una forma de escarnio y desprecio intolerables. Debemos pues respetarlos y para ello conocerlos, sin duda lo agradecerán. Ya escuchamos a Pablo Iglesias emocionarse sinceramente cuando una muta linchaba a un indefenso policía en el suelo, o con los terroristas vascos. O también Iglesias cuando se desmarcaba del revisionista Santiago Carrillo reivindicando la militancia de su padre en la extrema izquierda terrorista del FRAP. Por eso no se entiende muy bien que el periodismo “de progreso” no se atenga a lo que ellos dicen ser y reivindican, y les pongan paños calientes que no han pedido, llamándolos radicales. Les despojan así de toda vicisitud ideológica y los confinan a un tipo de temperamento sanguíneo y drástico al que no conviene llevar la contraria, que deambula por las calles y enseguida se enfada y salta, y obcecados llegan a cometer desmanes, que al día siguiente lamentan y la noche anterior no habrían celebrado. ¡Más de 20 policías heridos: como para no hacerlo!

En twitter vi carteles de partidos de gobierno que animaban a la Vallecas roja (entera, encuadrada como Venezuela) a impedir la presencia de Vox en el ágora (¿conocerán?). Vox es un partido hiperconstitucionalista, su programa de aplicarse nunca rebasaría ese marco, visto en términos cognitivos y empíricos. ¡Ay, la necesidad del odio previo e incondicional! ¿Qué haría la izquierda sin Vox? Sola, con el fascio golpista catalán y los que defienden sin una salvedad, corrección y racionalidad ética a su franquiciante: el cártel pistolero bolivariano. No hay extrema izquierda antifascista pacífica, por una razón muy sencilla, porque entonces deviene ecologista, pacifista o feminista. El complejo político-mediático “de progreso” habla de provocación: ¿Cómo la minifalda de la violación?