Jacinto Benavente Martínez (Madrid 1866-1954), fue un dramaturgo, director, guionista y productor de cine español, que estrenó esta obra teatral en 1907, permaneciendo tres años en cartel y siendo muy alabada por el público. En su longeva vida escribió títulos memorables: La Malquerida, Señora Ama o Rosas de otoño, hasta sumar 172. Ingresó en la Real Academia de la Lengua y también ocupó un escaño en el Congreso de los diputados y en la Sociedad General de Autores. En 1922 ganó el Premio Nobel de Literatura por esta obra, pero fue galardonado con muchas otras distinciones, como la de Hijo Predilecto de Madrid, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio o la Medalla de Mérito en el trabajo. Fue hasta empresario de Circo.

El éxito de Los Intereses Creados radicó en el prototipo de personajes que presentaba, cuya narración está ubicada en un pueblo italiano de principios del siglo XVII. Leandro, con ayuda de Crispín, ambos pícaros, trata de enamorar a Silvia, hija del todopoderoso Polichinela, quien descubre la trama pero acaba cediendo a un casamiento por el enamoramiento real de la pareja, consiguiendo así los astutos las riquezas de Polichinela, que no era precisamente una víctima inocente. Es un ejemplo de un rico con enormes tentáculos que domina todo. La persona vale por el dinero que tiene y los demás somos Marionetas en la cuerda, como decía aquella canción de Eurovisión. Cuatro siglos después la vida sigue igual, ya lo cuentan en Forbes, 660 personas en el mundo son mil multimillonarios que dominan al resto. ¡Qué bien!

Don Jacinto tenía un talante particular. Iba un día paseando por una acera y se topó con un individuo que le soltó: ¡No cedo la acera a un maricón! Él, displicente, se bajó y contestó: ¡Pues yo sí! Todo un personaje que junto a José María Pemán, los hermanos Antonio y Manuel Paso, el actor Arturo Fernández y otros, han sido olvidados por la izquierda.

Cuando tenía 20 años viajé a Madrid con mi jefe, Don Leocadio Ramos. Fuimos a comprar una parcela de terreno al Duque de Abrante, pero al pasar por su oficina, no estaba, nos atendió su apoderado, un hombre simpático y agradable que era un calco del gordito de los TBO. Nos informó que esa parcela pertenecía al Duque de Linares, que vivía en Jaén, pero que nos ayudaría con las gestiones de ese terreno situado más o menos en lo que hoy es Santa María del Mar y dónde había plantaciones de tomates y papas hasta la costa. Como no nos atendían hasta el día siguiente propuse ir al teatro y, aunque mi jefe no estuvo de acuerdo, aceptó y disfrutamos viendo Los Intereses Creados. Al día siguiente nos dieron buenas noticias, pero teníamos que ir hasta Jaén para cerrar el negocio. Para mí fue una alegría porque volvía al lugar donde viví diez años. Con unas mudas de ropa nos encaminamos hasta la parada de taxi en Sol y, un parroquiano nos presentó a un taxista que había traído gente de Jaén, nos cobraba tres mil pesetas por el trayecto. Llegamos sobre las siete de la tarde y el señor Duque ya nos esperaba. Su gestor ya había concretado cita con el notario a las diez, así que nos invitó a dormir allí en espléndidas habitaciones de un palacete andaluz. Cenamos en la fresquera, un lugar precioso con mosaicos y asientos tipo los de la Plaza de los Patos con muchas plantas y una gran fuente que refrescaba el ambiente. A la mañana siguiente acudimos al Banco Hispano Americano para avalar un cheque de 925.000 pesetas. Tras la operación realizada, el gestor se quedó con la escritura original y tramitó la inscripción registral. El Duque nos llevó a La Pava y, en autobús, regresamos a Madrid con tiempo de subirnos a un DC6 de vuelta a Tenerife.

Hoy no tocaba diabetes, pero no paro mi lucha. El pasado 21 de marzo en la Iglesia de la Encarnación de La Victoria el párroco me permitió hablar sobre esta asesina silenciosa a los feligreses. Recibí una acalorada ovación de los asistentes y repartí folletos de la Asociación Diabéticos de Tenerife. ¿Tendrán algo que ver los intereses creados sobre la no erradicación de la diabetes? Con Dios.

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