Archetado de los años 30 del siglo XIX en la calle del Barranquillo.

El desarrollo urbano de Santa Cruz ha estado condicionado por los barrancos y barranquillos sobre los que ha tenido que crecer. Cuando el conquistador, el 3 de mayo de 1494, siguiendo el rito medieval de la toma de posesión de un territorio plantó la Cruz en la zona aplacerada de la desembocadura de un barranco, el que ahora conocemos como barranco Santos, seguramente no pasó por su cabeza que el lugar elegido no era el más apropiado para el asentamiento de una gran población como ha llegado a ser. Hacia el sur tenía el barranco del Hierro y hacia el norte el propio barranco de Santos, el barranquillo del Aceite, el de San Francisco, el de San Antonio, el de Almeida y el barranco de Tahodio y así hasta San Andrés y la punta de Anaga. Quizás el valle de Güímar hubiese sido más apropiado, pero sí que había una razón de peso, porque desde donde se puso la Cruz de la Conquista el acceso al norte de la isla era mucho más fácil a través de La Laguna.

Santa Cruz creció a ambos lados del barranco de Santos, mucho más en su margen izquierda desde que en 1502 el Adelantado concedió licencia para la construcción de un muelle. La conexión entre las dos márgenes se hacía por el puente del Cabo, conocido así porque el barrio que se formó alrededor de donde tuvo lugar la fundación de la ciudad, se le llamó del Cabo, que más al sur tenía el barrio de Los Llanos. Ese puente hasta la construcción del puente Zurita en 1754, era la única conexión para llegar a La Laguna, siguiendo un camino que discurría por la actual avenida de Buenos Aires, la ermita de San Sebastián y la Cruz del Señor.

Para el desarrollo del núcleo urbano en la margen izquierda del barranco de Santos había un gran inconveniente, el barranquillo del Aceite o de Cagaceite, esa curiosa denominación viene del topónimo guanche tagazeite que significa precisamente barranquillo. El barranquillo nace en el monte de Las Mesas, y discurre a cielo abierto hasta encontrarse con el camino de Oliver, desde donde continua soterrado, desciende después por la calle Horacio Nelson, cruza la Rambla, baja por las calles de Costa y Grijalba y de Robayna, y a la altura de la calle Jesús y María se le une un ramal procedente del barrio Salamanca, atraviesa las calles de 25 de julio y Méndez Nuñez, y describiendo una pequeña desviación a la derecha se encuentra con la calle Alfaro, a partir de la cual nace la calle Imeldo Serís que mantiene su mismo trazado. Es por eso que de siempre en Santa Cruz esa calle ha sido conocida como la calle del Barranquillo.

Durante muchos años el problema se solventó con la construcción de puentes de madera a la altura de la calle de Candelaria, de la de Cruz Verde y la del Norte. Pero a partir de la construcción del puente Zurita , el acceso a La Laguna ya se podía hacer sin tener que utilizar el puente del Cabo, por lo que en la margen izquierda del barranquillo se formó un sendero, comienzo de lo que fue después la calle con ese nombre.

En 1798, el segundo cabo del general Gutiérrez, el mariscal de campo José Perlasca, que al año siguiente, a su muerte, le sucedería en el cargo, ordenó al Subinspector de Ingenieros Luis Marqueli el archetado del barranquillo del Aceite y así nació la actual calle de Imeldo Serís, la calle del Barranquillo. Si bien solo era en su parte baja, entre la calle del Norte y el mar. El abovedado se fue extendiendo hacia el oeste a lo largo de los años hasta que en 1838 ya se había logrado cubrir la casi totalidad del barranquillo. En diciembre de 1899 un gran aluvión hizo que el abovedado de la calle Imeldo Serís reventara por varios puntos produciendo inundaciones en las casas colindantes. Se propuso entonces desviar el barranquillo desde la plaza de Weyler hasta el barranco de Santos pero no fue hasta el año 1926 en que se aprobó ese proyecto y las obras duraron hasta 1933.

Casi 90 años después el Ayuntamiento de Santa Cruz decidió, con buen criterio, peatonalizar la calle para que en unión de la del Castillo, hace años peatonalizada, se permitiera así a los vecinos el uso y disfrute de una gran zona comercial en el centro de la ciudad. Las obras comenzaron en noviembre pasado y van a buen ritmo con las dificultades propias de este tipo de trabajos en que los imprevistos son frecuentes.

Como tenía conocimiento de la existencia de los archetados a lo largo de la calle del Barranquillo, busqué conectar con el ingeniero director de la obra, para manifestarle mi preocupación de que si no conocía su existencia las temibles excavadoras los hicieran desaparecer, pero mi sorpresa fue que no solo los conocía, sino que se había preocupado por respetarlos y tenerlos bien en cuenta. El ingeniero en cuestión es Fernando Alsina Bastarrechea. Igualmente tuve ocasión de tratar con el ingeniero de la contrata, del cual lamento no recordar su nombre, que tiene también las mismas inquietudes.

El autor de la fotografía que ilustra este artículo es precisamente Fernando Alsina, corresponde al archetado, construido allá por los años 30 del siglo XIX, en la calle del Barranquillo a la altura de la de San Lucas. Como se ve, una maravilla realizada con piedra en seco, algo que hay que conservar. Pero yo llego más lejos¿ no se podría hacer algo parecido a lo que se ha hecho con los restos del Castillo de San Cristóbal en la Plaza de España? El ingeniero me comenta que lo que está previsto es que se respetará, que se mantendrá en pie, que el lugar será registrable, pero no visitable para el público.

Espero que esta idea no caiga en saco roto, por mi parte pienso seguir machacando donde corresponda.