“Todo lo sólido se desvanece en el aire”, afirma Karl Marx en el Manifiesto Comunista que escribió con Friedrich Engels. Frase famosa que cabría aplicar ahora también al llamado “arte digital”.

Hace unos días recorrió todos los medios del mundo la noticia de la venta por 69 millones de dólares en la sala de subastas Christie’s de un collage digital del estadounidense Beeple.

Beeple se ha convertido en la nueva estrella del mercado internacional del arte al haber alcanzado su obra una cantidad sólo equiparable a las del pintor alemán Gerhard Richter, considerado como el artista vivo más caro del mundo.

Hay tanto dinero circulando en manos de unos pocos que no saben qué hacer con él hasta el punto de gastarlo en obras de arte, ya sean físicas o, como vemos ahora digitales, con objetivos exclusivamente especulativos: es decir para hacer todavía más dinero.

El nuevo fenómeno son los llamados en inglés –todo lo que representa negocio es bautizado inmediatamente en la lengua de Adam Smith- non fungible tokens (NFT), algo que podríamos tener la tentación de traducir por “fichas no fungibles”.

El problema, sin embargo, es que la palabra “fungible” es eso que en el mundo de la traducción se conoce como “falso amigo”: en nuestra lengua se dice de algo que “se consume con el uso”.

En inglés, sin embargo, “fungible” es “algo (dinero o cualquier mercancía) de tal naturaleza que puede cambiarse en parte o en todo por algo de valor equivalente” o que es fácilmente “intercambiable” con otra cosa.

Los NFT sirven para hacer negocio con todo lo que está en el mundo virtual, ya sean imágenes, el llamado videoarte, videojuegos, dibujos animados, escenas de un partido de béisbol o incluso un tuit original.

El multimillonario fundador de Tesla Elon Musk rechazó recientemente la oferta que le hizo alguien de comprarle por un millón de dólares un tuit en forma de NFT que incluía una canción con esta letra: “NFT para tu vanidad. Los ordenadores nunca duermen. Está verificado y garantizado”.

El mundo de los NFT funciona así: una empresa crea un portal digital en el que los artistas colocan sus creaciones, que cualquiera puede ver y descargar en su ordenador.

Al mismo tiempo puede convertirse en propietario exclusivo de esa obra, transacción comercial que quedará registrada en una especie de libro mayor criptográfico: concretamente en una cadena de bloques (blockchain), como las que se usan para crear las criptomonedas.

Eso es lo que ocurrió con la obra del americano Beeple titulada Everydays: The First 5000 Days (Todos los días: los 5000 primeros días), por la que se pagaron 69 millones de dólares: un mosaico de imágenes de todo tipo, cómicas, caricaturescas, algunas de ellas sexistas y aun racistas realizadas en todo ese tiempo.

Los compradores son dos empresarios que viven en Singapur y que pretenden al parecer utilizar esa obra digital como reclamo para una cartera de inversiones en arte que acaban de lanzar con el nombre de Metapurse.

Quienes deseen comprar arte virtual para especular con él en Metapurse tendrán que hacerlo, según dicen, en una criptomoneda llamada B-20. Se produce así una fusión total entre arte y criptomoneda. El arte se convierte en un simple instrumento financiero.

Al margen del más que discutible valor artístico de tantas creaciones digitales, se presenta un gravísimo problema ecológico: la nueva tecnología de las cadenas de bloques en que se basan las criptomonedas exige complejísimas operaciones de computación que generan enormes cantidades de CO2 y aceleran el calentamiento global.

Por otro lado, ¿quién puede asegurar que las criptomonedas y todas esas operaciones puramente especulativas con el arte digital no servirán, entre otras cosas, para el blanqueo de dinero de origen criminal?