Se ha hablado tanto del tema Rocío Carrasco, que debo admitir que dudaba sobre la conveniencia de este artículo. Entre otras cosas, porque no soy público objetivo del cotilleo ni he visto jamás un programa de los que habitan o fagocitan a ciertos en personajes, muchas veces sin oficio ni más beneficio que la audiencia y sus recompensas. Sin embargo, una voz en mi interior me impelía a hacerlo, movida por la compasión y el deseo de justicia, que no ejerceré yo.

Fue ver a Rocío Carrasco retorcer el labio inferior, fue verla con las piernas cruzadas sobre la silla, en la serie que lleva su nombre, como cuando no puedes contener ni las lágrimas ni el estómago, lo que me conmovió, discurso aparte. Y llovía sobre mojado. Porque cuando vi sus declaraciones, en diferido, otra mujer me había estremecido unos días antes. No tiene nada que ver la situación de una con la otra, la de la hija de la folclórica y la de Nevenka Fernández, que hace treinta años como concejal de Ponferrada denunció al alcalde por acoso, lo que tan bien ha reflejado el documental estrenado en Netflix. Sin embargo, les une la emoción, pues también ella continúa deshaciéndose en lágrimas cuando habla del episodio que en tiempos le arruinó la vida, para cambiársela, y para siempre, después.

Y les une algo más, y es que sobre ambas cayó la desconfianza en su momento. Ninguna tenía crédito. Tanto que el maltratador de la una profesionalizó su aparición televisiva. Tanto que la otra, que ganó el juicio al alcalde, declarado culpable, ha tenido que vivir fuera de España, y, por dar solo un ejemplo, en el pueblo escenario del escarnio pusieron una escultura que se asemeja ligeramente a una vagina y la llaman “la nevenka”. De su documental, me rompió esa escena en que una vecina grita “a mí no me acosa nadie si no me dejo” y más esa otra en que el fiscal le recrimina que en su posición hubiera permitido el acoso, poniéndole el terrible ejemplo de “la cajera de Hipercor que no tiene más remedio que dejarse tocar el culo para dar de comer a sus hijos”. Así el nivel. De Rocío, me rompió su cara de sufrimiento y muchas reacciones en redes sociales y algunos comentarios desconfiados.

Qué difícil mantenerse fría, sin juzgar ni a unos ni a otros. El juicio queda para los jueces, que ojalá sean capaces de aplicar la ley. Y qué difícil apreciar el maltrato cuando solo golpea oídos, psique o corazón, sin que otros lo escuchen ni lo sientan ni padezcan. Sé de lo que hablo.

Lo sé no por sufriente, sino por escuchante. Lo sé porque durante años escribí un articulo semanal con una posdata con el número de mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas. Aquello me condujo a investigar y a escuchar. Porque vinieron a mí muchas mujeres que entendieron la complicidad activa, que intuyeron que no estaban solas, que me contaron sus casos... De aquellas escuchas, de aquellas investigaciones, de varias ponencias sobre maltrato, aprendí que no hay una tipología de maltratada, esa que nos gusta imaginar para alejarla, va de retro. Supe que no hay edad. Ni categoría social; he conocido aristócratas, profesionales liberales, artistas, intelectuales, trabajadoras, amas de casa, juristas, sí, sí, juristas, mal-tra-ta-das, algunas tanto, que vieron de cerca la muerte. Y todas empezaron su historia por ese maltrato psicológico cuyo único objetivo es cercenar la autoestima en pequeñas o grandes dosis, según la ansiedad del violento.

Por eso siguen durmiendo con su enemigo. Porque les han hecho sentir basurilla. Porque “viven” aterrorizadas. Porque son víctimas de la psicopatía en mayor o menor grado de quienes se sienten superiores, en realidad tan inferiores que necesitan encontrar ese súper ego aplastador. Y tampoco ellos responden a un único patrón. De todas las edades, practican cualquier deporte y pertenecen a cualquier clase social y estamento laboral. Y sí, algunos beben..., pero no es atenuante, nunca se equivocan de piso ni de persona a la hora de pegar o de insultar, por ebrios que estén.

Por eso es importante esta conversación social abierta por el documental Nevenka y por la serie de Rocío Carrasco. Curiosamente, durante el confinamiento, momento en el que muchas mujeres convivían a la fuerza con sus maltratadores, la conversación sobre violencia de género disminuyó en redes sociales más de un 8%, según un estudio realizado por LLYC. Así que bienvenido el desgarro que la niña que nació famosa ha proporcionado a nuestra sociedad algo silente.