La semana pasada hemos escuchado en varios momento “lo que has de hacer, hazlo pronto”. Y entonces lo hizo pronto. No sé si por las indicaciones que se le dieron o porque ya tenía la precipitación en su corazón. Lo hizo pronto, pero no lo hizo bien. Puede ser que las cosas bien hechas exijan un tiempo, y quienes somos precipitados convertimos la imperfección en objeto de nuestra destreza. Sea como sea, con mayor o menor tiempo empleado, lo que no es objeto de duda es la importancia de hacer las cosas bien.

Hasta el bien lo podemos hacer mal. Es curioso que sea posible, pero lo es. Decía Agustín de Hipona que la limosna debe sudarnos en la mano. Eso es querer hacer bien el bien. Y es un ejemplo elocuente. Es la escalera de la excelencia: preferir el bien al mal, primer nivel; hacer bien el bien, segundo nivel; perfeccionar el bien que se hace bien, tercer nivel.

En ocasiones es preferible no hacer algo si lo vamos a hacer mal. Todo esto nos exige el esfuerzo del discernimiento. Sopesar las cosas, mirarle todos los lados posibles, sus implicaciones y sus múltiples consecuencias. Y eso siempre lleva tiempo. Una persona inteligente no es solo la que improvisa bien, sino la que sabe descubrir el camino de lo mejor.

¡Cuánta vulgaridad se hace muchas veces! Y lo más curioso del tema es que la verdad y el bien son solidarias, de tal manera que no existe verdad que no sea buena, ni hay bien que no sea verdad. Por eso el relativismo siempre tiene consecuencias éticas.

Cualquier cosa que tengamos que hacer, por menuda e insignificante que lo consideremos, hemos de hacerlo bien. La cultura tecnificada y veloz que nos ha ido configurando suele proponer otro axioma: Lo importante es hacerlo pronto y de manera eficaz. Y tiene sus ventajas hacer las cosas eficientemente. Pero la dictatura de la mera eficacia puede convertir el horizonte en un valle de fealdades eficaces. Y Dostoieski decía que es posible vivir sin pan, pero no es posible vivir sin belleza.

Esta exageración del literato ruso tiene una profundidad incalculable: en un mundo ahogado por falta de belleza, de bondad y de bien, vivir es un acto heróico, una subida permanente al una montaña infinita. No es suficiente la eficiencia de las necesidades básicas cubiertas, es necesario que sea respirable el pan que nos alimenta.

Esto lo aprendí cuando la responsable de Acción Social de Cáritas diocesana me pidió la colaboración económica de una cofradía para productos de estética femenina en un proyecto de atención a mujeres en dificultad con hijos a su cargo. No solo es fundamental tener las necesidades básicas cubiertas, si no se sienten envueltas en la autoestima necesaria para crecer y fortalecer las ilusiones de un futuro siempre duro.

Lo que tengamos que hacer, hagámoslo bien; si es pronto, pues mejor. Pero siempre bien.