“En La Orotava se nos ofrecen hermanados estos dones maravillosos. La belleza natural y la fe en Dios. La hermosura de sus paisajes, la poesía de sus jardines, su sol, su mar, espejo de un cielo azul, con el que nos deleitamos en una de esas noches claras y serenas, en las que al mismo tiempo que percibimos una brisa alentadora, escuchamos como un lejano e incesante arrullo, el ronco bramido con el que nos hablan las olas”. Estas palabras formaban parte del pregón en la Semana Santa a mediados del pasado siglo XX, tal y como llegó a recoger este mismo periódico por parte de Alfredo Falero Medina.

Cada año los espacios religiosos y las calles se preparan y engalanan para recibir el paso de imágenes de incalculable valor histórico y patrimonial. Sin embargo, por segundo año consecutivo, nos encontramos con una adversa situación y con la necesidad de mantener vivo el espíritu y el significado que estos días representan. Algunos escaparates actúan como exposiciones de arte religioso, sucediéndose así hopas, escapularios, reclinatorios, cuadros, misales, fotografías antiguas y otros elementos que van ofreciendo una imagen cercana y real. Se acompaña el recorrido con imágenes de gran tamaño que permiten revivir y conocer el significado de tal momento. Uno de los aspectos más representativos en este año sería la exposición Passio Domini. El legado del pueblo. Un conjunto formado por treinta obras que abarcan representaciones pictóricas, escultóricas y audiovisuales que permiten realizar un seguimiento de tal celebración desde el 22 de marzo al 4 de abril en el espacio expositivo San Roque, justo en la trasera de la iglesia de San Agustín. Un trabajo realizado en conjunto por diversas instituciones, siendo comisariado por el especialista Adolfo R. Padrón Rodríguez y con un comité científico y de coordinación que se extiende a diversos profesionales, generando su desarrollo un bello catálogo profusamente ilustrado compuesto por 47 páginas.

Ya desde la misma entrada al espacio sorprende observar un óleo sobre tabla con el Cristo de Medinaceli. Seis óleos sobre lienzo con imágenes asociadas a la oración en el Huerto, Ecce Homo, Nazareno con Cirineo, Calvario, Piedad con donante y el Entierro de Cristo definen unas aportaciones que hunden sus orígenes en los siglos XVII y XVIII. Otros elementos asociados al culto particular también hacen su aparición gracias a la custodia efectuada por diversas familias generación tras generación. De esa forma se materializa la imagen de un Niño Jesús Nazareno del siglo XVIII o el impresionante óleo sobre lienzo marcado por tejido bordado en sedas e hilos de oro en la representación de un Niño Jesús Espinario. Misma temática es posible observar en el Niño Jesús atribuido a Juan de Miranda. A ello se le suma un Crucifijo, vinajeras de plata sobredorada, un óleo sobre lienzo de Ecce Homo, pequeñas imágenes de la Dolorosa, San Juan y Santa María Magdalena, una escena de la Dolorosa y un óleo sobre lienzo con la representación de la Última Cena que se acompaña de otras piezas de la liturgia como un cáliz de plata sobredorada presente en la Parroquia de Nuestra Señora de la Concepción, el Sagrario custodiado en la iglesia de San Francisco, una cruz de madera tallada definida por diversos motivos de la ermita de la Piedad, entre otros detalles que captan la atención. No podemos omitir las huellas textiles de centurias pasadas como el estandarte de la Venerable Cofradía de la Santa Vera Cruz y Misericordia, una hopa y un bello traje de dama que nos ofrece la visión de una parte de aquella sociedad. Sorprende y agrada el recuerdo audiovisual captado por la cineasta orotavense Nieves Lugo (1908-1958) que se expone como testimonio de la celebración realizada a mediados del siglo XX.

Es, en definitiva, una exposición para comprender y aproximarnos, junto a otros elementos, a la esencia de la Semana Santa villera con la difusión de parte de un extenso tesoro agrupado a lo largo de siglos de Historia.