Los disparates de ayer / serán peores mañana… Profecía o sólo refrán que empleó en uno de sus poemas desencantados y ácidos el valiente Domingo Acosta Guión (1884-1959), activista republicano que no ocultó sus convicciones en sus últimos años de vida. Entonces el control y la represión campaban a sus anchas y la España aislada tapaba sus excesos y carencias con exabruptos patrióticos y maniqueas dicotomías.

Días atrás escribí del incalculable alcance de la pandemia y las inoportunas acciones políticas movidas por intereses partidarios y por el ansia, en cualquier caso, de acceder al poder; de las costosas elecciones que mueven todo, incluida la repulsa de los ciudadanos más castigados por la crisis, para no cambiar nada. Aún sin gobierno, el bucle catalán no tiene salida porque los secesionistas, más allá de sus deseos, no atienden a razones; anclados como están en los años sesenta y en la última ola de las descolonizaciones y autodeterminaciones, en el colmo de sus despropósitos, no se entienden ni entre sí. Y, en Madrid, porque los bloques de derecha e izquierda se perfilan, a medio plazo, hacia el bipartidismo imperfecto que ya conocimos y porque la primavera gris no promete sorpresas.

Con el tinglado de la farsa ya montado, con los anuncios y los reclamos, los cruces de reproches e insultos, y los viejos debates reciclados; ahí están los recursos al Tribunal Constitucional contra la Ley Celaá de Vox y, luego, el PP, “por vulnerar la libertad de enseñanza y privar de su condición de idioma vehicular al español”. Vuelven los malos modos desatados y amplificados en altavoces mediáticos, pero esa artillería puntual no distrae de una realidad dolorosa y tozuda: 3,26 millones casos y 75.000 muertos.

Sería digno y conveniente que los ocupados en empeños circunstanciales –digamos, elecciones– releyeran los datos de las dos grandes comunidades autónomas, una recién salida y otra metida de lleno en sus carruseles electorales; que repitieran fuerte y claro cuanto representan sus sumas de enfermos y bajas en el total del estado y que explicaran los experimentos peligrosos que autorizan –un concierto de cinco mil personas, por ejemplo– y las medidas singulares que se aplican en la capital del reino y contradicen las de las otras autonomías, incluso las limítrofes y con el mismo signo ideológico. Sería bueno que consumiéramos todos las energías en garantizar, por encima de las disputas, un programa de vacunación que cumpliera los objetivos de un verano activo y un otoño encaminado hacia la meta de la normalidad que perdimos. Para que los disparates de ayer no sean peores mañana.