La pieza uigur en el tablero global

Las noticias del coronavirus y del Canal de Suez están dejando en un segundo plano la situación que viven en China algunas de las grandes marcas occidentales. H&M, Nike, Adidas o Burberry son boicoteadas porque anunciaron que no querían utilizar algodón procedente de la región de Xinjiang, argumentando que se utiliza mano de obra forzada para su producción. Solo hay un pequeño detalle: esta noticia es del año pasado. ¿Qué sentido tiene que ahora haya acciones en su contra? Pues que la Unión Europea ha anunciado sanciones contra China por la violación de los derechos de los uigures, la etnia originaria de Xinjiang.

Periódicamente la población uigur aparece en los medios de comunicación occidentales para denunciar las condiciones en las que los somete el régimen chino. El gigante asiático intenta controlar la zona desde el 1758, cuando reinaba la dinastía Qing, pero durante el siglo XIX no lo consiguió porque bastante tenía con evitar la expansión por Asia de los imperios ruso y británico. Entonces aún no se había bautizado como Xinjiang, y la región se llamaba Turquestán. Su población principal –no la única ni mucho menos– era de etnia uigur y de religión musulmana. En varias ocasiones ha sido un espacio independiente. Lástima de tener unos vecinos demasiado voraces.

En 1864, por ejemplo, aprovechando la debilidad china se estableció un emirato desligado de cualquier poder exterior, mientras el norte de la región era ocupado por Rusia. Entonces, sin embargo, aparecieron los británicos, que echaron una mano a Pekín para forzar la retirada rusa con la idea de eliminar cualquier competidor extranjero en la zona.

Fue en ese contexto que se creó la provincia de Xinjiang, tres veces mayor que España, con unos veinte millones de habitantes y con una gran cantidad de recursos minerales y naturales. Aparte de la nueva organización territorial, China también dejó de colaborar con los líderes locales para promocionar gobernadores de etnia Han (la mayoritaria en otras partes del país).

Ante esta presión exterior, en el interior nació un movimiento nacionalista moderno, pero a diferencia de lo ocurrido en el Tíbet o en Mongolia, no culminó en un movimiento unitario. Especialmente compleja fue la etapa entre las dos guerras mundiales que supuso el fin de la China imperial y la instauración del régimen comunista.

En Xinjiang se mezclaron las luchas políticas, étnicas y religiosas. En medio de aquel batiburrillo en 1933 se logró constituir la República del Turkestán Oriental, pero fue eliminada por los chinos y la Unión Soviética de Stalin, que tenía miedo de que incitara movimientos independentistas en la URSS. Sin embargo, después Moscú mantuvo su influencia y control político en la zona, de donde codiciaba sus recursos minerales.

En 1944 los uigures fueron capaces de proclamar una segunda república. En aquella ocasión abiertamente prosoviética. De entrada pareció que tenían el apoyo de Stalin pero cuando Mao Zedong se hizo con el control de toda China, Moscú se desentendió de los uigures a cambio de que Pekín reconociese la independencia de Mongolia. Los rusos querían la máxima estabilidad a las puertas de su casa.

Para resolver la situación, en agosto de 1949 se organizó un congreso sobre minorías étnicas en Pekín con el apoyo de la URSS. El gobierno de la República de Turkestán Oriental aceptó la invitación. Su avión nunca llegó a destino porque se estrelló. Es un episodio lleno de lagunas y con indicios de la implicación del KGB en el asunto.

La noticia de la muerte de la delegación uigur no se hizo pública hasta diciembre, cuando el ejército popular chino ya se había desplegado en Xinjiang y un líder local colaboracionista anunciaba el ingreso de Turquestán Oriental en la recién fundada República Popular de China.

A partir de ese momento comenzó un proceso de persecución y asimilación contra los uigures, que de vez en cuando llega a Occidente. Sobre todo cuando hay tensiones entre potencias internacionales. Turkestán sigue siendo una pequeña pieza del tablero global.