El pasado fin de semana, las colas en las clínicas y laboratorios daban la vuelta a la manzana. La gente quería hacerse las pruebas PCR para mandarse a mudar de vacaciones. ¿Y qué hay de aquello de quedarse en casa? Anda y que te den. Aunque los hoteleros han dado muestra de su enorme sensibilidad con la población local –poniendo tarifas de banderillas de castigo y descabello, para hacer la zafra de la santa semana– el personal se ha puesto una venda en los ojos y un esparadrapo en la cartera.

Así las cosas, estoy por creerme los insólitos datos de ese sociobarómetro de cabecera que ha sacado el Gobierno de Canarias. Una encuesta que viene a decir que lo han hecho maravillosamente bien y que gobernar en esta tierra no solo no desgasta, sino que da votos. El dato es mayormente mosqueante. Porque no se puede decir por un lado que los encuestados están preocupados por el paro y la emigración y por el otro que están aplaudiendo con las orejas.

Pere vete tú a saber. Los canarios son muy raros. ¿Los dejas sin alpiste, les quitas las plumas, les recortas las alas y es cuando más cantan? Pues igual. Al principio pensé que estudio lo habían hecho en una oficina de la calle Juan Rejón, en la capital de San Borondón –que tiene rima doble– porque no podía explicarme, por más que me exprimiera mis escasas neuronas, que 27 de cada cien encuestados dijeran que la situación en Canarias es “muy buena”. ¿Lo dicen en serio? Cabe la posibilidad estadística de que hicieran las preguntas entre el personal público, o sea, entre los 160 mil empleados de las administraciones. Que así se explicaría. Porque si le preguntas a alguno de los 300 mil jubilados, los 280 mil parados, los 90 mil trabajadores congelados en los ERTEs o los poco más de 500 mil currantes, les saldrían sapos y culebras por la boca. ¿Cómo va a estar bien este desastre? Pues, para que lo sepan, para 51 de cada cien entrevistados la cosa solo está: regular. O sea, pasable.

Y échate a temblar. Dice el sociocuentómetro que 53 de cada cien entrevistados confesaron ser felices. Más de la mitad de la población de este archipiélago entontecido asegura estar viviendo un momento de felicidad en sus vidas. Lo que nos lleva de cabeza a la conclusión inexorable de que o los habitantes de la macarronesia guanche se han vuelto masoquistas o el que pasó a limpios las respuestas se hizo un lío con las casillas, como le pasó al Real Madrid.

Puede ser que la ciencia sociológica tenga razón y yo ande despistado. No me hagan mucho caso. Hablo todos los días con gente que está rebufando porque ha perdido el trabajo, porque lo asan a impuestos, porque va a cerrar el negocio y porque cree que nos ha tocado la peor gente en el peor momento. Pero puede ser un espejismo. Cantemos alegres himnos al señor mientras la orquesta sociobarométrica del Titanic nos sumerge felices en el congelado océano.

¡Puñetas! ¿Qué mala suerte! Se nos ha escoñado la diversificación económica y el cambio de modelo productivo de Canarias. Y eso que lo teníamos ahí, a tiro de tonique. Entró una tremenda ventolera en el canal de Suez y embarrancó de mala manera un portacontenedores de 400 metros de eslora con un nombre que tiene algo de coña: el Ever Given. O sea, el que alguna vez te dará algo, si dios quiere. El barco taponó el canal y se montó un atasco de barcos impresionante con pérdidas que se estiman en 8.000 millones de euros diarios. O sea, una pasta.

Y entonces, la División de Inteligencia Canaria Estratégica, más conocida como el DICE –o sea ese famoso “dice” éste y “dice” aquel– aseguró que para las islas se abría un esplendoroso panorama porque todos los barcos que no podían pasar por Suez vendrían en fila india para pararse en los puertos de nuestras islas. Nadie sabe por qué se iban a detener precisamente aquí con la cantidad de puertos que hay por el camino, pero así son las cosas.

Y alguien dijo –probablemente del DICE– que esa sería una ventana de oportunidad para que estas islas se convirtieran en un interland del comercio portuario, como en las viejas y gloriosas épocas de los puertos francos. A lo mejor para que eso ocurra solo tendríamos que reconvertir nuestro modelo fiscal y dejar de cobrar impuestos por todo y a todo el mundo, para sostener a la mayor incompetencia jamás conocida. Pero eso es mucho más difícil que cerrar el canal de Suez.

Pongámonos todos a soplar a ver si con suerte volvemos a atascar otro gigantesco portacontenedores. Es más probable que logremos eso a que aprendamos a vivir con nuestros propios medios.