Si dos términos resultan antitéticos estos son comunismo y libertad, primer axioma; segundo, en todos los casos; tercero, sin una sola excepción. Marx a fin de evitar tentaciones impuso la dictadura del proletariado, Lenin lo refrendó con “¿Libertad para qué?” (y dictadura), de lo que tomaron buena nota Largo Caballero y republicanos españoles.

Los choques entre socialdemócratas (insultados de socialfascistas) y comunistas revolucionarios y violentos fueron muy nutridos en Alemania, oscilantes durante el soviet de Munich de 1919 y abiertos avanzada la República de Weimar. La II Internacional del norte de Europa que acogía a la socialdemocracia resultó el gran valladar contra el totalitarismo comunista, tanto gracias a teóricos socialdemócratas como Kautsky, Bernstein, como al laborismo inglés, socialdemocracia alemana, sueca, austriaca. Entre tanto en el sur, Francia y España constituyeron, preconizado por el Comintern, los frentes populares. En concreto en España la autoridad comunista sobre los socialistas fue enorme, hasta ser en la guerra civil decisiva. La izquierda española, sin un solo autor ni teoría, no formó parte de la familia socialdemócrata salvo el consecuente paréntesis de Felipe González

Recientemente en el Congreso de Diputados los sanchistas y populistas comunistas se abstuvieron de condenar el comunismo como lo había hecho el Parlamento europeo, más ilustrado, democrático liberal y ético político, que hace un año asimiló el nazismo al comunismo (es la izquierda española la que sigue sin poder asimilarse a la europea): en duración y número de crímenes había sido mucho más exitoso el comunismo. 150 millones de muertos, siendo la partida más cuantiosa el Gran Salto Adelante, de comienzo de los años 60 del siglo pasado, de Maozedong. Nada nunca comparable.

Los comunistas desde Willi Münzenberg, Congresos antifascistas de París y Valencia y el Comimtern siempre hicieron una entusiasta propaganda de la libertad y la democracia, lo cierto es que no mentían del todo, y por eso instauraron las “democracia populares”, de calidad inferior a la “democracia orgánica” de Franco, que contaba con el tercio familiar.

Primo Levi decía que quienes mejor afrontaban los campos de exterminio eran los que creían en otro dios, como ejemplo los comunistas en la historia ineluctable. Jorge Semprún, ex preso de Mathausen, en conversaciones con el editor y editorialista de El País Javier Pradera, ambos sillares del Partido Comunista durante el franquismo, reconocían que ellos no luchaban por la libertad, si no era fase previa a la implantación del comunismo. Más tarde aceptarían la democracia liberal. Como tampoco los muyahidines que luchaba con furia contra el Sah de Persia lo hacían por la democracia, sino por el Ayatolá. En el País Vasco que recuerde, escasos demócratas, mayoría de revolucionarios.