Si descartamos a quienes han decidido dedicar estos días a descansar y desconectar del ritmo ordinario de la vida laboral, o lo los que han decidido cumplir con la experiencia religiosa que nos invita a revisar la vida y tiene el paño de limpieza en sus manos; si descartamos a quienes dedican estos días a preparar las celebraciones de esta extraordinaria Semana Santa en época de Pandemia o los que han decidido visitar una playa o recluirse en una casa familiar; si descartamos a quienes hoy se centrarán en atender su trabajo, tal vez echando de menos no tener vacaciones como otros, al final de los descartes, ¿quiénes quedan para leer el periódico?

¿Y se puede iniciar una opinión escrita en presa con estos presupuestos? Si suponemos que nadie iba a abrir esta página, ¿por qué se escribe? Se escribe porque tú estás leyendo a pesar de todo. Y por fidelidad a la palabra dada, aquí estamos, ofreciéndote algunas ideas para compartir. Esa misma fidelidad que escribo es la que debe convertirse en paradigma de vida social. Hace falta fidelidad a la palabra dada.

No son tiempos buenos para los compromisos estables y definitivos. Hay no poca sensación colectiva de que un compromiso limita la libertad. Y, a pesar de las apariencias, la fidelidad a los compromisos es la consecuencia lógica del uso de la libertad. Quien no tiene compromiso alguno con nadie ni con nada no puede decir que ha usado su libertad alguna vez. Y, ¿para qué queremos la libertad si no la usamos?

Cada vez que elegimos algo, renunciamos a algo. Elegir un segundo plato en un restaurante supone renunciar al resto de la carta. Lo que dejamos tal vez sea mucho y sea bueno, pero es consecuencia de mi libre elección. Respetar la elección, asumir el compromiso, respetar sus consecuencias y ser fiel a él, es la única forma que tenemos de proclamar nuestra condición de personas libres.

Con esto, como con cualquier otra cosa similar, ocurre como con la famosa media botella llena o media botella vacía como expresión de nuestra forma de contemplar la realidad. Si miramos lo que falta, aquello que no tenemos, los deberes a los que estamos obligados, nos puede parecer que hemos restado vida a la vida. Pero si miramos las opciones que hemos hecho, los compromisos que libremente hemos adquirido, los deberes que estamos llamados a respetar, podemos descubrir el nivel de libertad ejercida que hemos tenido en nuestra vida.

En mi norteño pueblo natal, este día nos invitaban a mirar una imagen de San Pedro. A mí se me iban los ojos al gallo que esculpido sobre una pequeña columna que imitaba ser de bronce hacía ademán de cantar. Y aquel canto del gallo recordó a Pedro su traición. No fue fiel al compromiso adquirido con Jesús. Cuando canta el peculiar gallo que cada uno de nosotros tenemos en el alma y nos reconocemos traidores de tantos compromisos adquiridos, podemos tirar la botella mediada como reacción autodestructiva, o podemos volver a la fuente y llenar lo que falta. Siempre hay tiempo para desandar el camino que nos ha llevado a vaciar de libertad la existencia.

Que canten los gallos del lunes santo para todos. También para quienes en no tienen la fuerza de retornar el camino de los compromisos no cumplidos.