El político es un fingidor y finge tan completamente que hasta finge que es dolor, el dolor que en verdad no siente.

Al escuchar las explicaciones de Toni Cantó sobre la última pirueta de su carrera de tránsfuga, me vinieron a la cabeza unos famosos versos de Fernando Pessoa, que modifiqué para darle un sentido distinto.

Repetiré para quienes no lo conozcan el comienzo del poema del gran autor portugués: “El poeta es un fingidor. Finge tan completamente/que hasta finge que es dolor/el dolor que en verdad siente”.

Toni Cantó es actor aunque la palabra más apropiada seguramente sería la de farsante, es decir, según la definición del diccionario: “persona que representa farsas”, pero también quien “finge lo que no siente o se hace pasar por lo que no es para obtener algún provecho”.

Son sinónimos de farsante “tramposo”, “embaucador”, “impostor”, “suplantador”. Escoja el lector para los últimos casos de transfuguismo conocidos en España el vocablo que más le guste.

Casos que, variantes de lo que se conoce como corrupción política y sumados al cinismo del partido que los propicia, están haciendo un flaco favor a nuestra democracia.

No está de más citar aquí al novelista y ensayista inglés George Orwell, el autor de Homenaje a Cataluña, cuando habla de la mentira en política.

“El lenguaje en política, escribió Orwell, está concebido para que la mentira parezca verdad y para dar al viento la apariencia de solidez”.

Pero hay muchas otras citas que vienen al caso. Así, por ejemplo, para el enciclopedista Voltaire, que no se hacía ilusiones, la política es “el arte de mentir adrede”.

Según el escritor franco-canadiense Albert Brie, “está perfectamente admitido que los políticos practiquen con toda normalidad la mentira”.

Y añadía Brie con evidente sarcasmo: “Si uno adopta la costumbre de decir la verdad, el pueblo puede llegar a preguntarse si este personaje original no está faltando a su deber profesional”.

El cómico francés Smaïn, que conocía muy bien su oficio, afirmaba a su vez que “todos los actores son mentirosos y los peores se dedican a la política”.

Su colega y compatriota Coluche apuntaba al mismo tiempo a la responsabilidad de los medios: “Los periodistas no creen en las mentiras de los políticos, pero las repiten, lo cual es peor”.

Un par de siglos antes, el escritor satírico irlandés Jonathan Swift, autor del opúsculo titulado El arte de la mentira política, no se hacía tampoco ilusiones y escribía que “el medio más eficaz para destruir una mentira es oponerle otra”.

El conocido periodista estadounidense de la segunda mitad del siglo XX H.L. Mencken definía así al demagogo, especie abundante en la vida política: “alguien que difunde doctrinas que sabe falsas a personas que sabe idiotas”.

La lista podría ser mucho más larga.