El escritor Salman Rushdie en su trepidante obra Quijote descompone nuestro agitado, angustioso e incierto mundo actual en un cúmulo de amenazas varias, irrupciones tecnológicas, enfermedades, conflictos, disociaciones de personalidad, hackers, medicamentos en un mosaico con todas sus teselas festoneadas de brillos o mates muy sombríos con fondo del tam-tam de la selva y Silicon Valley.

Rushdie hace tiempo que dejó lo que pudo haber tenido de realismo mágico indostaní, para rebasarlo por el lado de la magia, la invención de galerías de ficciones, la más imaginativa y desbordante creatividad. Todos los estímulos se adueñan de un mundo cosmopolita y multicultural, cruzado por tensiones reales e imaginarias que configuran una nueva manera de vivir, gozar y sufrir. Salman Rushdie, como sus amigos Martin Amis, Ian McEvan y el difunto Christopher Hitchens, dejaría Londres para asentarse en EE.UU. donde encuentra más depurado el elemento indostaní de sus orígenes. Vaya que sí destacan, son los científicos y artífices tecnológicos más pujantes. Esos escritores desmenuzan la sociedad y el individuo actual, en toda su complejidad y riqueza, lo opuesto a microscópicos mundos ideológicos abanderados por marginales y buscavidas sin otra oportunidad que la política como profesión, limpia de competencia, reducto de mediocridades incluso curricularmente catalogados.

Nos hablan de la linde del presente que ya es futuro, registran todas las novedades, metamorfosis, las tendencias en flor y las efímeras cristalizaciones de fenómenos sociales y tecnológicos. Vorágine y vértigo como balas trazadoras de nuestras vidas, en cuyos intersticios buscados caben momentos de felicidad. Es el mundo actual de las vanguardias del arte y la literatura, sus retratistas y cronistas más reputados son quienes sintetizan nuestro presente y registran y adelantan el futuro con todos los entrecruzamientos que caben.

Mientras en las librerías encontramos a Rushdie y otros autores, en la España adusta y grave, escolástica y granítica, se rinde culto y actualiza la muerte: con un Franco convertido en tótem y con los muertos del bando de los puros (republicanos) de hace casi un siglo, buscados con furia arqueológica y denuedo fanático por cunetas y tapias. La apoteosis de la muerte y las ancestrales tragedias familiares solo pueden sustentarse en covachas mohosas, en patios de corrala claustrofóbicos y castizos. Es la paleo-izquierda obsesiva y retrospectiva, trancada, impulsivamente redentora, ciega y utopista. Una izquierda ya vuelta sobre sí, vacua, manipuladora, absolutamente insatisfecha, que ni sabe hacer ni quiere hacer urgida a regular la vida de todos, de disciplinar, adoctrinar, obligar, controlar y guiarnos. Ingeniería social sin saber nada de gestión, ignara en economía: bueno, cosas menores. Rushdie tenía la expresión del sanchismo más tosco y pedestre en España hoy.