Este año, las calles de nuestras ciudades y pueblos no serán testigos del paso de imágenes de pasión que nos ayuden a reconocer los acontecimientos que hace 21 siglos ocurrieron en la ciudad de Jerusalén. No estaremos confinados como el pasado año, en el que la Semana Santa la vivimos en casa. Este año solo la podremos vivir en el interior de los templos, y al 33 % del aforo de los mismos.

Tiempos recios, que diría Teresa de Ávila. Pero a tiempos recios creatividad a la palestra, porque aquello que ocurrió entonces y que en Semana Santa se conmemora, fue tan extraordinario que el horizonte del corazón de los templos nos acogerá de una novedosa forma para celebrar como siempre de una forma renovada.

Las miradas de dolor, la soledad de una madre, la traiciónalo de los amigos, el beso cómplice de quien no es capaz de decir las cosas a la cara, la oscuridad de la noche, la duda y la tentación, la paciencia y la humildad, el sufrimiento de una víctima, la agonía y la muerte se dibujarán de miles de formas en el interior de los templos. Serán expuestas más para que nos miren que para mirarlas. Para despertar amistad comunitaria más que para urdir venganzas. Para despertar la primavera con el aleluya de un sepulcro vacío en la mañana más luminosa de la historia.

Todo será distinto. De manera diferente. Pero será un acontecimiento. Eso fue lo que escuché el pasado jueves en la iglesia de la Concepción de La Laguna de labios de Chomín. El testimonio vital y el testimonio de fe de Domingo Lecuona a quien le encargaron este año el Pregón de la Semana Santa de la fase 3 de la isla de Tenerife. Un pregón para una “santa Semana Santa”.

Los pregoneros de aquellos tiempos salían a la calle y gritaban desde las esquinas. Acudían al exterior donde la gente estaba en busca de ser escuchados. De eso hoy se encargan las redes sociales y la amplificación de los canales digitales de comunicación. Pero este pregón, como tanto otros pegoneros de la Semana Santa de la piel de nuestro archipiélago, han gritado como nunca para anunciar una Semana Santa que será como nunca.

Me quedo con un detalle que narró de su vivencia infantil de la Semana Santa. En Icod de los Vinos, donde mi madre me trajo al mundo, él experimentó el atractivo sugestivo de un burrito que llevaba sobre sí a Jesús entrando a Jerusalén. Es una vivencia compartida, como compartida es la duda de si íbamos a ver a Jesús o a su cabalgadura. La mirada de un niño es curiosa, y a Jesús lo vemos en otras imágenes, pero el burro, aquel pollino, aquel animal que los escultores casi hacen sonreír con sus gubias, solo se veía en aquella imagen.

Será un burrito, o será el gallo de San Pedro. Pero lo cierto es que los detalles silenciosos que adornan los acontecimientos son de un atractivo especial. El cáliz de la mano de Jesús en el Huerto, o el olivo de su espalda, o la columna de mármol al que se atan sus manos, o la bolsa de Judas, o la espada de dolor de su madre son detalles que gritan y que se han clavado en nuestros recuerdo. Y son los detalles los que construyen la historia.

No sé si estas letras escritas aquí hoy, serán para ti, un pequeño pregón de esta próxima Semana Santa que, ojalá, nueva y distinta, siga siendo santa.