Algunos medios europeos hablan ya, en mi opinión un tanto exageradamente, de la “socialdemocratización” del Partido Demócrata bajo la presidencia de Joe Biden.

Es cierto que, al menos desde los tiempos de Franklin Delano Roosevelt, el presidente del New Deal, ningún presidente había defendido tan claramente en público a sindicatos y trabajadores.

Con seguridad es una respuesta a los efectos perversos que su abandono por sus últimos predecesores demócratas, lo mismo Bill Clinton que Barack Obama, tuvieron para buena parte de las clases medias.

Me refiero concretamente a la llegada a la Casa Blanca de un multimillonario y demagogo como Donald Trump, que se erigió falsamente en protector de los perdedores de la globalización neoliberal.

Es sabido que el demócrata Bill Clinton estuvo siempre más próximo al mundo financiero que al sindical y que su correligionario Barack Obama pareció preocuparse más de los académicos y profesionales liberales que de los sindicatos o de la minoría afroamericana del país.

El desprecio expresado por la primera candidata demócrata a la Casa Blanca, Hillary Clinton, hacia los seguidores de Donald Trump, a los que llegó a calificar de “deplorables”, contribuyó sin duda a la victoria del republicano.

Biden, que, tras sus largos años en el Senado, fue dos veces vicepresidente con Obama, ha aprendido sin duda de los errores de sus antecesores y parece dispuesto a no repetirlos.

De ahí el apoyo público expresado a la que fue tradicionalmente la espina dorsal del país al declarar que Estados Unidos no fue construido por Wall Street, sino por “los sindicatos y las clases medias”.

A lo que, en una clara advertencia a Amazon, empresa conocida por sus prácticas abusivas, Biden agregó que no se tolerarían imposiciones, amenazas o propaganda antisindical.

En el país capitalista por excelencia, la afiliación sindical ha bajado del 30 por ciento de los trabajadores registrado en los años sesenta hasta en torno a un 11 por ciento, en la actualidad.

Es una consecuencia de las fuertes presiones antisindicales en ese país desde tiempos del republicano Ronald Reagan, a las que se trata ahora de poner coto facilitando la creación de sindicatos y penalizando a las empresas que despidan a trabajadores sindicalistas.

Biden ha aprendido al mismo tiempo del ultranacionalismo del Trump del America first y quiere seguir dando prioridad a la industria nacional frente a las importaciones de China y otras partes del mundo.

Se trata de un claro cambio de estrategia con respecto a la política industrial y comercial seguida por anteriores gobiernos demócratas, que defendieron el libre comercio y firmaron tratados de ese tipo con otros bloques.

Biden parece querer seguir en ello a Trump, que optó por renegociar unos acuerdos que habían aumentado fuertemente el desempleo nacional por culpa del traslado de cientos de miles de puestos de trabajo a países de mano de obra más barata.

El presidente demócrata está además presionando al Congreso para que acepte doblar el salario mínimo hasta los 15 dólares y ha propuesto cancelar en parte la astronómica deuda estudiantil, que llega a 1.7 billones de dólares.

Su propuesta a los legisladores es perdonar hasta 10.000 dólares de deuda por estudiante aunque algunos de sus correligionarios del Senado como Elizabeth Warren le presionan a su vez para que quintuplique la cantidad condonada en beneficio sobre todo de las minorías afroamericana y latina.

Argumentan que el plan de estímulo económico por 1,9 billones de dólares para paliar los efectos de la pandemia puede facilitar esa condonación, a la que se oponen, sin embargo, con todas sus fuerzas los republicanos.

Con una exigua mayoría legislativa y un partido republicano incapaz de sustraerse a la maléfica influencia de Trump y dispuesto a no darles ni agua a sus rivales, el septuagenario Biden y su vice, Kamala Harris, no van a tener una legislatura nada fácil.