Puede que vivamos en Marte, ese inmenso solar. La misión de los terrícolas es continuar su viaje, nuestro periplo cósmico, más allá de las estrellas que certifican el caos. Sin embargo, al mono parlante le cuesta evolucionar, dada su natural ambición, y sigue enfrascado en sueños de poder. La religión económica se enfrenta a una incuestionable crisis climática que nos coloca en el disparadero del futuro viable. El mundo será colaborativo o no será, frase descriptiva de nuestra carrera contra reloj. La Perseverance, ese robot inteligente, lo sabe. Nos conoce porque le han introducido nuestros datos para que los compare con los de los microbios muertos que logre hallar en el Planeta Rojo. Pura cuestión de supervivencia, la alternativa heroica al apocalipsis de lo humanoides conquistadores de galaxias. Aún habrá que ver la disposición jurídica de Marte, si se lo considerará como un sistema independiente o como una comunidad autónoma de la Tierra, un estado unido bajo la misma bandera o una región poblada de extremistas marcianos. Si repetimos las ecuaciones erróneas, también acabaremos mal allí, otro experimento fallido de convivencia. Perserverance lo sabe, nos conoce porque le han enseñado nuestra historia, la repetición de las reacciones en cadena cada vez que odio y hambre compiten por quemarlo todo. A falta de habilitar las condiciones mínimas para establecer una colonia autosuficiente y en contacto permanente con Gaia, esa madre naturaleza, a nuestra especie le queda mucho camino por recorrer, especialmente en lo que se refiere al concepto que tiene de sí misma. Una organización social dinámica necesita que todos sus integrantes se sientan partícipes del proyecto a desarrollar. Perseverance lo sabe, nos conoce porque le han explicado que solemos sustituir la empatía por la indiferencia, la solidaridad por la caridad y la educación por la barbarie. Quizás nos cambie Marte, esa inmensa oportunidad.

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