La estrategia digital 2025 no consiste, como muchos se piensan, en seguir nombrando a la gente a dedo hasta dentro de cuatro años. Eso es para toda la vida. ¿Si no de qué otra manera tendrían trabajo los incompetentes, buenos para nada excepto para la militancia pelotera? Esto del cambio digital viene a ser algo así como cambiar las lápidas de los cementerios por pantallas de plasma en las que el difunto nos saluda al llegar con un mensaje grabado desde el más acá para ponerse cuando él esté en el más allá.

España quiere hacer la transición digital. O sea, que todo el mundo esté incorporado a la tecnología. ¿Eso mejorará nuestra productividad? Dicen que sí. Que de la misma manera que las máquinas aumentaron la producción agraria, las nuevas tecnologías permitirán que produzcamos más bienes, de mejor calidad y más baratos.

Me parece un poco pretencioso hablar de eso en un país que basa gran parte de su economía en llevar cervezas en una bandeja a un grupo de guiris. Uno cuya única manera de competir en los mercados internacionales es bajándole el sueldo a la gente. Uno cuyos gestores públicos siguen gastando lo que no pueden, en cosas que no deben y empeñando el futuro con una deuda que nunca seremos capaces de pagar. Uno, por acabar, en donde existen tres millones trescientas mil empresas de las que 1,9 millones no tienen asalariados y un millón más tiene uno o dos trabajadores. ¿Qué transición digital se puede hacen en el taller de Hermenegildo o en la venta de la tía Paca?

La transición digital nos hará mejores. Y modernos. Se acabará el dinero en papel y todo será dinero virtual. Pagaremos con el móvil y las tarjetas y Hacienda sabrá hasta cuando nos compramos crema para las almorranas. En este país, dentro de unos años, el que no tenga un teléfono inteligente con conexión 5G, no esté en las redes sociales o no tenga dos o tres emails, estará con un pie en la puerta de una residencia de viejos o en el cementerio. Ahora, con la pasta de Europa, el medio gobierno medio pollo de Pedro Picapiedra y Pablo Mármol se van a gastar 27 mil millones de euros —que es una jartá de dinero— en empujar a todo el mundo hacia el universo digital y la transición ecológica. Por las buenas o por las malas.

Invertiremos en modernas redes de comunicación que nos permitirán descargarnos 2001: Una Odisea del Espacio –que debe ser la película más pesada que conozco– en apenas unas décimas de segundo. Crearemos nuevas fuentes de energía renovable, como saltos de agua donde almacenar la energía que se producirá por los molinos eólicos y las placas solares.

¿Y todo eso acabará con el paro? Tengo una mala noticia: el señor del estanco no se convertirá en Matrix. Ni el camarero. Ni los mecánicos, chapistas, pintores, alicatadores o plumillas. El mundo que viene es para otros. Debe ser por eso que a nosotros nos están dejando morir de hambre.

Al vicepresidente del Cabildo. Enrique Arriaga, le han dado hasta en la partida de nacimiento por haberle dicho a una consejera de Coalición Canaria, Diana Mora, en el calor del debate, que sus afirmaciones eran más bien falsas o tal vez un “sueño húmedo”. Hasta el presidente socialista Pedro Martín le saltó al buche instándole a retirar inmediatamente la afirmación, cosa que hizo pero no evitó que Diana Mora, cuando tomó la sartén del verbo por el mango, le pegara con ella en el totizo hasta sacarle brillo. Al señor Arriaga lo llamaron “machista”, cosa más bien extraña. Un sueño húmedo es como se denomina vulgarmente una polución nocturna masculina con o sin concurrencia de que el interfecto se esté imaginando que está en los carnavales de Río de Janeiro. Que Arriaga haya dicho que la señora Mora tuvo uno de esos sueños pensando en algo político puede ser inapropiado –que no sé yo si es para tanto– pero no sé de dónde sale que es machista. Machista es quien trata a una mujer como no trataría a un tipo: con falsa superioridad, condescendencia, paternalismo gratuito o desprecio evidente por su sexo. Eso me parece a mí. Y lo que dijo Arriaga se lo podría soltar sin cortarse ni un pelo a Carlos Alonso, por ejemplo (que habría que ver lo que le soltaría Alonso de regreso). O sea, que es polivalente y universal. ¿Dónde está el machismo? Doctoras tiene la Iglesia, pero cualquier cosa que aluda al sexo no es por definición un insulto heteropatriarcal. El señor Arriaga, si estaban hablando de Tenerife, podría haber dicho “estamos bien jodidos”. Y eso no significa que estuviera afirmando algo sobre la plena satisfacción de la vida sexual de la corporación allí presente. Todo lo contrario. Estaría hablando de los miles y miles de ciudadanos de esta isla que, con abstracción de su género, están bien, pero lo que se dice bien jodidos en las colas del paro.