Hay detalles que no tienen precio. No solo porque respondan al gusto personal, sino porque son la señal de que alguien te aprecia. Es un discurso en un detalle. Una proclamación que indica lo que le importas a esa persona. Hay elocuencia. No necesita más explicación.

Es más locuaz en la medida en que ni se necesita ni se merece. No es tu cumpleaños, ni tu onomástica, ni es una fecha señalada en la que los detalles son esperados. Es ahora y es por nada. Un detalle de aprecio y nada más.

La sociedad del consumo nos ofrece el regalo como una obligación en determinados momentos. Tenemos que hacerlo porque toca hacerlo. Hay cierto nivel de obligación. Tal vez la fecha es significativa para la persona y la persona merece que sea regalada por ti. Pero la obligación oscurece la grandeza de un detalle. ¡Con qué pequeños detalles somos capaces de hacer feliz a otra persona!

Y los enamorados intentando alcanzar la luna para hacer feliz a alguien, cuando solo mirarla juntos es suficiente para conquistar el alma amada. En los pequeños detalles se salva la historia. Son menudencias las que construyen los acontecimientos. Prestar atención a lo pequeño es lo más grande que podemos hacer por otro.

El saludo atento, la sonrisa, la gratitud sincera, la educación en el servicio, el respeto y la prudencia del trato. Esas pequeñas cosas si faltan falta todo. Aunque hayas realizado la más heroica acción de ayuda al prójimo, sin el detalle de la cercanía en tu mirada, la ayuda puede ser el mayor de los insultos. Y en muchas ocasiones, cuando no tienes solución a problemas ajenos, tu rostro compasivo es ya el inicio de la solución. En la miniatura de tus pupilas acontecen las grandes miradas.

Ya hemos oído que quien no agradece una flor, no agradece un ramo. Porque es la flor, esa flor, insuficiente y precaria, el inicio de cualquier ramo. Toda peregrinación comienza con un paso, con un pequeño avance y una pisada. Lo pequeño es el inicio de lo grande. El detalle es el alma de la historia. Las vacunas comienzan por aquel que lava una probeta y limpia una mesa de trabajo. Aquel científico renombrado que sale en las noticias haciendo una valoración sobre la pandemia, lleva en su biografía a un sencillo maestro que le ayudó a aprender la tabla de multiplicar. Aquel pequeño esfuerzo ha sido, sin duda, una de las causas de este gran resultado.

No hay labores insignificantes. Los pequeños detalles son la sal de la vida y la clave de la esperanza.

Pues todo esto lo digo porque antes de embarcar en el aeropuerto de El Hierro, un amigo compró y me entregó una caja de quesadillas que ya no necesitaba discurso mayor para indicar el aprecio mutuo y cercanía existencial que han vinculado nuestras biografías.

Los detalles… Cuidemos los detalles.

Como nos decía el Maestro: “El que es fiel en lo muy poco, es fiel también en lo mucho; y el que es injusto en lo muy poco, también es injusto en lo mucho” (Lc 16, 10).