Los últimos días han sido pródigos en titulares estremecedores. Sobre la pandemia, hemos podido leer que, sólo en las cuatro semanas que van del 15 de enero al 16 de febrero, el coronavirus ha matado en España a 12.665 personas. Esta escalofriante cifra es superior a la de los fallecidos durante el pasado mes de marzo, en el momento más crítico.

En cuanto a asuntos pecuniarios, pero igualmente acuciantes, hemos tenido conocimiento de que la economía española se contrajo el último año un 11 por ciento, lo que supone el mayor desplome desde la Guerra Civil. También se nos ha informado de que la deuda pública de España alcanzaba proporciones equivalentes a la deuda contraída tras la pérdida de Cuba en 1898, otra de la fechas negras de nuestra historia. Y no parece que vaya a corregirse, dado que la tasa de desempleo se ha disparado de tal manera que nunca antes el Estado había tenido que gastar tanto en pagar subvenciones, ya sean a los parados o a los afectados por los ERTE,

Pero aún hay más datos indicativos del drama que sufrimos. “Desde la Guerra Civil España no perdía tanta esperanza de vida”. Y un último titular: “Las secuelas ‘invisibles’ de la pandemia podrían seguir dañando a la salud y la economía durante ‘décadas’. Décadas. Y nosotros pensando en desescalar. A ver si para Semana Santa, o si para el puente de mayo o si, como tarde, para el verano. Resulta comprensible que muchos quieran mirar para otro lado. Es humano.

Quienes no debieran mirar para otro lado son los que tienen en sus manos el destino del país. En la semana que conocíamos estas alarmantes noticias, ¿han oído alguna reacción al respecto de un político? ¿Alguno ha propuesto una medida para modificar la tendencia de esas implacables cifras? ¿O alguno ha dicho que se va a estudiar el éxito de la estrategia en Asia y Oceanía? Si alguien lo ha hecho, yo no me he enterado.

El gran debate político de los últimos días no ha sido la pandemia y sus devastadores consecuencias. No. La preocupación de la mayoría de nuestros políticos nacionales y los grandes debates se ha centrado en asuntos bien distintos. Se ha discutido mucho sobre la “calidad” de nuestra democracia, Y mucho más aún sobre por qué se le daba diferente trato a una joven “fascista y socialista” convertida en estrella de las redes que al rapero Pablo Hasél.

La polémica acabó en la calle con violentísimos altercados en gran parte del país. Es la España que cerró 2020 con un paro juvenil del 40 por ciento. La España en la que se caen dos aviones cada día (forma gráfica de hacerse a la idea del número de muertos por el virus). Pero lo que les preocupa a esos jóvenes antisistema, y a algunos políticos que los jalean desde el sistema, es la suerte de un rapero que incita al maltrato de la mujer, al odio y a la violencia.

¿Qué ha pasado aquí? ¿En qué momento perdimos la perspectiva de lo que es importante y lo que no? ¿Cómo es posible que hayamos distorsionado la realidad? ¿Cómo puede preocuparnos más una banalidad que una tragedia para la que se nos empiezan a acabar los referentes históricos?

Los esfuerzos dedicados a esas fruslerías los restamos de la lucha contra la pandemia. El debate político debiera estar centrado en lo esencial. ¿Cómo avanza el proceso de vacunación? ¿Es el orden elegido el adecuado? ¿No debería haber un proceso centralizado en vez de dejarlo en manos de cada autonomía? ¿Qué pasará con los países del tercer mundo que no tienen recursos para pagarse la vacuna? ¿No deberíamos estar implantando ya el pasaporte –antes cartilla- de vacunación? Por no hablar del eterno debate sin resolver: ¿Relajación o confinamiento más duro?

Todas estas cuestiones y muchas más están pendientes de respuesta. Sin embargo en el orden del día de la mayoría de nuestros políticos no parecen tener prioridad. No hace falta pecar de conspiranoico para saber que en política las maniobras de distracción son práctica habitual. No hay más que ver la precipitada decisión de Pablo Casado de abandonar la sede de Génova para emboscar sus reveses. No sería de extrañar que estuviéramos ante una nueva cortina de humo. ¿A quién beneficia poner la atención en el rapero Hasél y no en la gestión de la pandemia? A los ciudadanos, no.