Entre trampantojos, bostezos y gemidos

Hay una cosa rarísima en este –y otros– Gobiernos de la crisis pandémica. Es un trampantojo conceptual que utilizó en la tarde del lunes, con su habitual habilidad, el vicepresidente y consejero de Hacienda, Román Rodríguez. Consiste en salmodiar que, a pesar de las complejas y arduas dificultades, el Gobierno lo ha hecho muy bien, mejor que el anterior y puede que –depende del sentido del humor de quien hable– mejor que nadie. En realidad se trata exactamente de lo opuesto. Su compromiso político y moral es hacerlo mejor que el anterior o cualquier otro, porque debe actuar sobre una situación de extraordinaria gravedad. Lo que hace Rodríguez con este recurso, que repite insistentemente, es convertir en meritoria una actuación que resulta de obligado cumplimiento si no quiere ver cómo la articulación social se desmorona. ¿O pretende que los desempleados, los enfermos, los empresarios arruinados pasen por su despacho para servirle una agüita de toronjil y acariciarle su blanco peluco inmaculado? Herbert Hoover, el presidente estadounidense al que le cayó encima la Gran Depresión, presumía igualmente de ser capaz de gastar más que cualquier otro presidente anterior, incrementando el gasto federal un 42% entre 1930 y 1932. El candidato demócrata, Franklin Rooselvelt, le respondió en un mitin: “Si con lo que está cayendo no consigue usted aumentar el gasto federal debería usted dimitir para no volver”.

Rodríguez, el consejero de Hacienda que ha disfrutado de los mayores recursos económico-financieros de la historia de la comunidad autónoma, se empecinó en comparar el nivel de la ejecución presupuestaria de 2020 con el de 2018, “el último ejercicio económico desarrollado en completa normalidad”. Es absolutamente falso que el año 2018 se desarrollase “en completa normalidad”. No fue hasta julio del 2018 cuando se aprueban los presupuestos generales del Estado –esas cuentas que diseñó Cristóbal Montoro y que fueron prorrogadas en dos ocasiones– y eso no es normalidad presupuestaria ni en España ni –obviamente– para los presupuestos de las comunidades autónomas: las transferencias se ven directamente afectadas, así como los programas de gasto e inversión acordados con el Estado. Y es imposible que Rodríguez no lo recuerde: a finales de mayo se trasladó a Madrid y firmó en el Palacio de La Moncloa el apoyo de Nueva Canarias al proyecto presupuestario chic to chic con Mariano Rajoy.

La mayoría de ese gasto (1.200 millones) que envanece al consejero de Hacienda no tiene mayores complejidades procedimentales para su ejecución: es pasta para pagar sueldos y sufragar materiales y servicios especialmente dedicados a los sistemas públicos de sanidad y educación. Existen más de 460 millones de euros sin ejecutar que, por supuesto, se incorporarán a los remanentes de Tesorería, y podrán gastarse este año. La calidad de la gestión de un Gobierno, por lo demás, está en el encaje entre una elevada ejecución presupuestaria y el cumplimiento de los objetivos de los centros directivos. Muy particularmente cuando arrecia una crisis económica estructural. Elevada ejecución presupuestaria pero muy deficiente gestión en políticas sociales, en políticas activas de empleo y en ayudas directas a los pequeños y medianos empresarios y a los desventurados autónomos. Si no se consideran y evalúan esas realidades, ¿qué sentido tiene hablar de ejecución presupuestaria como si se tratase de una marca en los juegos olímpicos? Es infantiloide.

Por supuesto el pleno parlamentario –semivacío durante todo el día: un alcalde del PP, verbigracia, se pegó tres horas de reloj desayunando– acumuló bastante más cháchara, incluyendo más piropos de los diputados de la mayoría a sus queridos consejeros, planes de choque para las listas de espera sanitaria que urde Conrado Domínguez mientras prepara la privatización de las bacinillas de todos los hospitales públicos de Canarias, sádica insistencia gubernamental en que pronto, muy pronto, cosa de un cuarto de hora, le soltarán por fin unos euros a las pymes, exigencia de una normativa regional sobre si ponerse o no mascarilla al hacer deporte, el laberíntico destino de las perras del otrora diabólico Fondo de Desarrollo de Canarias, un riquirraca por lo ma-ra-vi-llo-sa que está siendo la campaña de vacunación en Canarias a cargo de Nayra Alemán, que suele tratar a la oposición como la capitana de un equipo de judokas a un grupo de tullidos, medidas para ampliar la agricultura ecológica, una fantasía de corredores verdes que los quiere verdes de Casimiro Curbelo que nadie entendió pero que entusiasmó a la consejera de Turismo, que tampoco entendió nada ni maldita falta que hace y sutiles intervenciones de la consejera de Economía y Empleo, la señora Máñez, que recordaban inevitablemente a una clase de yoga y relajación. De repente acabó el pleno, disuelto como una gota en un océano de olvidos, y parafraseando al viejo Thomas Eliot, no terminó precisamente con un estruendo, sino con un gemido.