Desde hace unos cuantos meses, y con especial énfasis en las últimas semanas, el ambiente a nivel nacional y en nuestro archipiélago no hace más que subir de temperatura. Da la sensación de que cualquier atisbo de plácido trayecto hacia el entendimiento estuviese en Marte y no en la tierra.

Convendría reflexionar sobre si la pandemia es uno de los principales motivos de esta situación, o simplemente ha sido el desembocante de muchas más cosas que teníamos en un cajón muy oportunamente cerrado como sociedad. La generación de brotes xenófobos ni es espontánea ni es un hecho aislado, y los altercados en relación a la encarcelación de Pablo Hasél no son flor de un día.

Durante la semana se han ido sucediendo diferentes manifestaciones en las calles de varias ciudades españolas, en protesta por la entrada en prisión del cantante. Pero este hecho no debería ir desvinculado de que en los últimos siete días hemos visto cómo Cristina Cifuentes ha sido absuelta, el líder del Partido Popular ha propuesto el cambio de edificio apenas tres años después de decir que eso no les iba a dar más credibilidad, y Vox ha aparecido en el Parlament de Catalunya. Y por si fuera poco, hemos visto a una joven de 19 años decir que “el judío es el culpable”. La sensación de dos Españas se ha dejado notar como en pocas ocasiones en los últimos tiempos.

Mientras tanto, en nuestras islas parece que las reacciones xenófobas se reducen pero no desaparecen. Es inquietante ver cómo una comunidad acostumbrada al movimiento de sus gentes o a la llegada de turistas (ricos) de diversos países toma estas actitudes ante personas que vienen a buscarse un futuro mejor. Una hermosa metáfora de que la historia se repite, pero que sin aprender lecciones del pasado hace que la evolución sea mucho más lenta.

Tres pilares básicos hacen entender estas situaciones. Por un lado, la falta de conciencia social que impide ver que quien viene lo hace con necesidad, y no por ocio y tiempo libre. En segundo lugar, que la falta de socialización invita a pensar que lo diferente o nuevo viene a quitar derechos normalmente conseguidos por generaciones anteriores. Esto, a pesar de tener la percepción de que ellos o ellas también están en la rueda de la pobreza o de no garantizar las mejores condiciones para el bienestar. Y tercero y último, la ausencia de valores y empatía. Dos elementos clave para entender que el mundo es uno, y las fronteras no son una creación divina desde el principio de los tiempos. Nacer aquí o allá es una simple casualidad.

Pero no está todo perdido. Una mejora de las políticas preventivas y una acción educativa y social potente ayudarían a no perpetuar esta situación que de no mediar se antoja permanente. Tal vez, esto puede sonar abstracto cuando la mayor industria de nuestras islas se encuentra ante una encrucijada de supervivencia pocas veces vista en nuestra historia. Cuando el pan escasea, parece momento de asegurarlo. Pero sin embargo debe ser el mejor momento para el impulso de la educación.

No pocas veces se ha presentado la globalización como amenaza, pero también como oportunidad. Y en esta encrucijada que nos ha regalado el planeta de estar entre tres continentes, nuestra posición es un verdadero experimento. La cuestión es saber si con las herramientas actuales seremos capaces de gestionar los nuevos desafíos de la mejor manera. De aquella que nos permita asegurar los pilares de la convivencia en el medio y largo plazo.

La población está inquieta independientemente del lugar en el que habiten. Se ha visto con las manifestaciones de Black Lives Matter en Estados Unidos, con las protestas en Rusia, en las calles de Barcelona o Madrid por el encarcelamiento de Pablo Hasél, o en las protestas ante el golpe de Estado en Myanmar. ¿Hubiese sido todo igual si el mundo no hubiese vivido esta pandemia?

Los acontecimientos y las dinámicas mundiales siempre guardan relación. Lo que ha ocurrido esta semana no es más que la respuesta de mucha gente ante la pérdida de orientación de lo que está sucediendo, y lo que es peor, de no saber hacia dónde se va. Por eso tal vez ha llegado el momento de repensar las soluciones y ver que la xenofobia no solventa problemas, y que las canciones no son más peligrosas que perder la convivencia.