La ejecutiva regional de Ángel Víctor Torres, después de tres años y medio de paz y tranquilidad en los que tradicionalmente se han resuelto todos los conflictos internos discretamente y por unánime unanimidad (como ocurre en las votaciones parlamentarias en las que no se puede votar que no), tuvo ayer que ser suspendida para evitar el desaguisado de que hubiera dos (o tres o quizá cuatro) candidatos entre los que elegir al que iba a ser propuesto hoy como senador del PSOE por la Comunidad Autónoma, en sustitución de Pedro Ramos.

La decisión de la Agrupación de La Laguna y de la Ejecutiva Insular de Tenerife de colocar en el Senado a Santiago Pérez ha abierto una brecha creciente entre los socialistas orientales, partidarios de mandar a Blas Acosta en el Senado, y los de Tenerife, empeñados en defender la opción senatorial del hijo pródigo. El sarao organizado estos días es de los que no se veían en el PSOE canario desde hace más de una década, cuando Santiago Pérez se fue, acompañado de una parte importante del partido en Tenerife, para presentarse al Parlamento en las listas de Nueva Canarias. Es cierto que lo único que ha dicho Pérez en todo este lío es que su retorno al PSOE se realiza sin contrapartida alguna. Se trata de una palmaria falsedad: si no existiera un compromiso de contrapartida senatorial, esta pelea ni siquiera existiría, pero Pérez ha elegido el silencio, dejando que sean otros quienes le defiendan. Blas Acosta, autoproclamado candidato, no ha optado por la misma táctica. Lleva un par de semanas reclamando que Roma no debe pagar traidores, y llamando a rebato a todos los del borde oriental. Ha logrado levantar al batallón de los malpagados y ofendidos, que en todos los partidos tienden a ser mayoría.

Aún así, es curioso que un asunto en principio menor y que afecta sólo a los dos interesados –Santiago Pérez y Blas Acosta–, se haya convertido en apenas unos días en una pelea abierta entre facciones del PSOE, como si ofrecer la canonjía de un dorado y blindado escaño en el Senado a un afiliado destacado supusiera un asunto de vida o muerte. Pero así son las guerras. Y esta en concreto ya ha socavado la autoridad de Ángel Víctor Torres, al que unos y otros acusan de haber jugado a dos barajas. Es más que probable que sea cierto que eso haya ocurrido: un secretario general que es también presidente del Gobierno debería tener capacidad suficiente para disciplinar a los suyos en torno a un único nombre. Si Torres hubiera planteado con claridad una opción, probablemente se habría llevado el gato al agua, con mayor o menor contento de los suyos. Lo que ocurre es que Torres ha estado diciendo a los partidarios de Pérez que él y sus ocho votos en la ejecutiva apoyarían la candidatura de Pérez, y a los partidarios de Acosta exactamente lo mismo.

Así se desarrollaron las cosas, hasta la reunión de Torres con los secretarios insulares el pasado sábado, en el que Pedro Martín dejó claro que ellos no se habrían metido en el fregado de Pérez si no hubieran contado con el visto bueno del secretario general. A partir de ahí las cosas se pusieron peliagudas, se tuvo que retrasar al martes la reunión del lunes donde debía decidirse el nombre para el Senado, y ayer –después de una mañana de tensiones y rumores- volvió a suspenderse la reunión de la ejecutiva, y el grupo parlamentario socialista solicitó la retirada del punto del orden del día que planteaba la elección del Senador del PSOE para hoy. Ahora la decisión de colocar a Pérez o Acosta queda en el alero sine die, con el PSOE canario partido en dos y su jefe cuestionado. Santiago Pérez ya está en el PSOE. Y ya se nota que está.