De acuerdo con que tienen muchas páginas que llenar pero me asombra la grandilocuencia y la extensión que otorgan a noticias intrascendentes. Acontecimientos que, simplemente, suceden porque se ajustan a las características de sus protagonistas. Que no podían haberse gestado de otra manera. Porque ves los rostros de sus autores y ya entiendes el asunto. Sin más filosofía ni más aspavientos.

En días pasados, la tabarra de los obispos recibiendo la vacuna en contra de la Covid antes de lo que les correspondería. Y pregunto: ¿en qué puede ello asombrarnos? Personalmente, hasta sentí agradecimiento con el de cierta diócesis porque, con este rastrero acto, me ha confirmado que la antipatía que me provoca no es subjetiva. Es merecida. Y no haría falta tanto artículo de fondo analizando el pecado o tanta vana excusa sino obligarles a la penitencia de escribir cien veces y de rodillas que la mentira no está sólo en la palabra sino también en los actos.

Si no era suficiente, otro tostón con el dichoso vicepresidente segundo del Gobierno de España, escupiendo en contra del sistema de gobierno del que cobra (demasiado). Que no hay democracia en este país, dice quien, supuestamente, es profesor y con su obtuso portavoz en el Congreso, alentando la acción violenta y los saqueos de incontrolados mientras exigen un trato de favor para otro individuo, un rapero acusado de delitos graves, de moral similar a la de estos dos, y a quien “defienden”, con unos rostros representativos de lo poco que son y lo que nunca serán.

Si nos preocupáramos de asuntos importantes estos personajillos actuarían igual de mal pero quedarían retratados en ínfimos espacios. Y así aprovecharíamos para esas historias maravillosas que ocurren pero de las que no tenemos conocimiento porque la letra impresa la tienen copada los malos.

Contaba Muñoz Molina que el compositor ruso Shostakóvich nunca dejó de tener miedo a la policía política. Que como los arrestos se producían durante la noche, no dormía sino que velaba detrás de la puerta y, como otros muchos, junto a una pequeña maleta para evitar tener que prepararla con aquellos hombres dentro del hogar donde también habitaba su esposa e hija. Su concierto de piano y trompeta contiene una energía violenta ante la amenaza. Suelo pensar que lo compuso en esas inquietantes horas aunque ¿qué más da? Escúchenlo y entenderán.

Hace poco leí el descubrimiento de una pequeña poesía de Machado. ¿Imaginan semejante tesoro? (Vivir es desatinar - tejer para destejer - aprender para olvidar - amar para recordar - amor que no pudo ser - o la alegría de ayer - que nunca vuelve a pasar). Precisamente y al hilo de esto, con el reciente fallecimiento de la última de sus sobrinas, El País contaba una preciosa historia: cuando viajaron desde Rusia, a donde las habían enviado como otros niños durante la guerra civil española, a Chile para reunirse con sus padres, en el tren que las trasladó desde Buenos Aires a Santiago, el revisor, al observar el apellido Machado en sus pasaportes, comenzó a recitar versos de Antonio Machado, allí, en medio de la cordillera de Los Andes.

Pues eso es lo que quiero en nuestros periódicos, mucho Shostakóvich y Machado y poco, muy poco de cualquier bribón.