En los años de Mariano Rajoy, cuando alternaba humoradas galaicas y trabalenguas de los que él mismo se reía, hice un acto de voluntad y enciclopedia para convencer a un amigo –entonces alto cargo del PP– de que el sonoro “Cuanto peor mejor” no era una ocurrencia del pontevedrés que sucedió a Aznar. La respuesta la encontré en un boletín de curiosidades de la editorial Alba, que la asignó al filósofo ruso Nicolay Gavrilovich Chernyshesky (1828-1889), amigo de Lenin y mentor de un populismo insoportable conocido como naródnik presentado en 1860.

Civismo fue el título de la columna donde elogié el talante, y las declaraciones de los protagonistas tras las elecciones de San Valentín. Pero las buenas formas duran poco, y no calan como debieran, en los ámbitos cabreados y podemos empezar por Cataluña, que juega a las cuatro esquinas para hacer gobierno, y Madrid, campeona europea de las protestas justas y/o desaforadas.

Empezó la ebullición con la entrada en la cárcel de Pablo Hasél y las manifestaciones iniciales y salvajes desórdenes que las siguieron. Si resultan viejas y lamentables las pena por delitos de opinión –ahí el rapero es un campeón de sentencias– lamentables y vergonzosas son las respuestas bárbaras seguidas por irritados ciudadanos que dudan de la democracia. y jaleadas y justificadas por frescos, insensatos y demagogos que ocupan cargos públicos.

Garantizar la libertad de expresión, al máximo nivel, se pide, se exige, se negocia, se vota y se aprueba en un parlamento homologable con los mejores del mundo. Movilizar los medios legales; exigir reformas judiciales para abolir los castigos atávicos y desproporcionados, es un compromiso, una obligación que asumen sin empacho los demócratas acreditados. Ocupar las calles con demandas razonables es un derecho pero, convertir ese acto en una guerrilla urbana, el enfrentamiento contra las fuerzas del orden, el destrozo del mobiliario urbano, el ataque a los bienes particulares tienen calificaciones bochornosas y, sobre todo, gratuitas por su bestial inutilidad

Esto que parece historia es un sarampión molesto e interesado que beneficia a cuantos ahora mismo tienen problemas urgentes, desde los resultados electorales hasta las previsibles mudanzas de sedes y siglas. Cuanto peor mejor, dicen como el ideólogo ruso. Y no tienen calado ni las ramplonas creaciones del tal Hasél ni de los que aprovechan, o quieren aprovecharse, del río tan torpe o arteramente revuelto. Lisa y llanamente “Pasiones carnales” y de las otras, de las que ya hablaremos.