Para que la acción política sea una fuerza transformadora respetable tiene, entre otros requisitos, que respetarse a sí misma. Y sin embargo los primeros en no respetarla, en convertirla en una caricatura, en desdoblarla en una esquizofrenia de disfraces y máscaras, es, muy recientemente, la clase política. Lo hace por dos motivos: para simular su verdadera estrategia o para esconder su impotencia. La desfiguración práctica y sistemática de la acción política tiene, como uno de sus nombres, el de populismo. Uno de los rasgos básicos de cualquier praxis populista es la desconfianza, cuando no la conculcación decidida de la separación de poderes, del respeto garantista a los procedimientos, de la virtud de los contrapesos o del concepto de responsabilidad política. El populista es y no es al mismo tiempo responsable de su propia política. Si no está en el poder institucional porque no puede aplicarla, si está, porque el responsable siempre, invariablemente es otro.

Tanto el PSOE como Unidas Podemos han decidido practicar un populismo a menudo de baja intensidad pero otras veces ululante. La política migratoria que ha sufrido Canarias es un buen ejemplo: hay que ver lo indignados que están los socialistas y podemitas isleños con lo que está haciendo el Gobierno de PSOE-Podemos con los migrantes. Por supuesto no es un despiste sino, precisamente, la aplicación de su nauseabunda y estúpida política migratoria, que conduce a convertir al archipiélago en un tapón fronterizo para reducir al máximo los africanos que lleguen a la Península. Cuando ya el asunto comenzó a ser descarado, cuando la sordidez se hizo evidente, cuando Arguineguín llegó a los telediarios españoles los compañeros canarios de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, algo noqueados, anunciaron que enviarían advertencias, cifras, informes, embajadores encabezados por el propio Ángel Víctor Torres, y el poder central tomaría nota. Más adelante han encontrado una excusa magnífica: es la desalmada UE, encanallada por comisarios de apellidos impronunciables, la responsable de este horroroso atropello. Por supuesto, la UE no impide a España trasladar migrantes a otras comunidades autonómicas, pero a ver si cuela. A continuación han paseado por el campamento de Los Rodeos –la manifiesta desidia ministerial no ha conseguido abrir todavía el de Las Canteras– a cargos públicos de la casa, sin autorizar la entrada ni a organizaciones de la oposición, ni a ONGs, ni, mucho menos, a periodistas.

También en este circo deleznable impera la ley del más difícil –o más inverosímil– todavía. Podemos ha solicitado a todos los ciudadanos de buena voluntad a que ayuden a las “personas migrantes” del campamento de Las Raíces. A través de las redes sociales piden “agua, alimentos, ropa de abrigo, calzado (en buen estado artículos para el aseso y protección anticovid”. Igualmente se ofrece la posibilidad de hacer una “aportación económica”. Es decir, el Gobierno del PSOE y Podemos ordena estabular en un campamento a migrantes a los que no deja salir de la isla para que luego Podemos organice mesas petitorias y se consiga así la ropa, los zapatos, el agua o los alimentos que no alcanzan a entregarles en los recintos. Y lo más sorprendente de este comportamiento esperpéntico es que a Laura Fuentes y su partido se les antoja no solo una medida oportuna, sino incluso un motivo por el que enorgullecerse. Es populismo en todo su esplendor: te mete en un campamento donde comes bazofia y tiemblas de frío por las noches y luego le piden a los ciudadanos caridad civil para que a Marlaska o a Margarita Robles le salga barata la factura.