Fiel a su ya largo historial de defensa de los regímenes neoliberales de América Latina, Mario Vargas Llosa se ha deshecho en elogios a la Colombia de Iván Duque, pero se olvida de las flagrantes violaciones de derechos humanos en ese país.

En uno de los artículos políticos con los que nos regala de cuando en cuando desde las páginas de El País, el Nobel de literatura pone a la actual Colombia como ejemplo que deberían seguir otros países de América Latina.

Se refiere en concreto a la regularización emprendida por el Gobierno del conservador Duque de un millón de venezolanos que huyeron de la miseria y el hambre en la actual Venezuela de Nicolás Maduro.

Esos venezolanos “podrán acceder (en Colombia) a puestos de trabajo, así como a la seguridad social y a la educación en las instituciones colombianas”, escribe Vargas Llosa, quien contrasta tal generosidad con la actitud de Chile, “que acaba de expulsar a muchos venezolanos”.

Es ciertamente encomiable la solidaridad mostrada por Bogotá, que, sin embargo, contrasta con la poca atención que parece prestar el mismo Gobierno de Iván Duque a las violaciones de los derechos humanos en su propio país.

Así, según informes tanto del Alto Comisionado de las Naciones Unidas como de la ONG Human Rights Watch, en los últimos cuatro años han sido asesinados en Colombia 421 líderes sociales y defensores de los derechos humanos en zonas rurales y aisladas.

La Defensoría del Pueblo colombiana habla incluso de cifras más altas –más de 700 muertos– y la citada ONG responsabiliza directamente al Gobierno de la desprotección en que se encuentran muchas comunidades rurales.

Las violaciones de derechos humanos se han recrudecido, denuncian diversas oenegés, desde que Duque llegó a la presidencia con un discurso muy crítico con el acuerdo de paz firmado por su predecesor, Juan Manuel Santos, quien logró, al menos sobre el papel, el fin de la lucha armada de las FARC.

El vacío dejado por las guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia ha sido ocupado mientras tanto por bandas armadas, herederos de los paramilitares, otros grupos guerrilleros en activo y grupos disidentes de las propias FARC.

“El Gobierno de Iván Duque condena frecuentemente esos homicidios –como los llama eufemísticamente en lugar de referirse a ellos como lo que son: masacres– pero la mayoría de los programas gubernamentales no funcionan o tienen graves deficiencias”, denuncia Human Rights Watch.

De todo eso se olvida de pronto Vargas Llosa, quien acaba su artículo señalando que los venezolanos “son bravos y no se dejan derrotar fácilmente”, pues “si no fuera así, su país se habría hundido en la parálisis y la decadencia más absoluta”.

“Ellos, afirma el autor de La ciudad y los perros, “han sabido resistir a la barbarie y ahí siguen luchando para recuperar la Venezuela que fue, no hace mucho tiempo, un modelo de libertad y democracia en América Latina”.

¿Un modelo? ¿Se refiere nuestro premio Nobel a la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez, cuando las medidas económicas estrictas y las privatizaciones ordenadas por el Gobierno darían lugar a fuertes protestas y violentos tumultos?

Aquella revuelta popular que ha pasado a la historia como el “caracazo” fue reprimida o a sangre y fuego –se habla de cientos de muertos– por el Gobierno de un político al que acabó destituyendo el Parlamento por apropiación de fondos públicos. ¡Qué corta y selectiva es a veces la memoria!