Un amigo socialista me insiste siempre en que el atractivo de Ángel Víctor Torres está en que “representa muy bien al canario medio”. Tal vez tenga razón, pero servidor desconfía de esas fantasías platónicas. Si no sé exactamente lo que es un canario –más allá de su situación jurídica o administrativa–, imagínense ustedes lo difícil que es imaginar el promedio de un isleño. Quizás lo que se intenta decir es que Torres parece una buena persona, alguien más o menos normal y corriente, y eso viene muy bien ahora mismo. Algunos presidentes desentonarían en este apocalipsis en el que los zombis están (todavía) estabulados en los ERTE. La ironía olímpica y el elitismo compasivo de Jerónimo Saavedra, el histrionismo siempre sospechoso de Lorenzo Olarte o la sed shakesperiana por el poder de Paulino Rivero –si es que Rivero no confunde a Shakespeare con un jubileta inglés avecindado en El Sauzal– sentarían fatal ahora mismo. En realidad todos los presidentes, absolutamente todos, son iguales, pero mejor un tipo sencillo y aparentemente accesible para contar las mentiras indispensables y desinformar humildemente y con espíritu constructivo al respetable público. Ángel Víctor Torres parece idóneo, recortadito para la ocasión, una voz ligeramente aguardentosa y un código gestual de hombre convencido de que con un poco de suerte, y trabajando al golpito, las cosas irán bien.

En este contexto, en fin, el presidente Torres ha informado (ejem) de que su gobierno trabaja en “planes tractores” valorados en unos 8.800 millones de euros cuya financiación correría a cargo del fondo Next Generation de la Unión Europea. Al parecer los proyectos han pasado una criba –¿quién la ha ejecutado, cuándo y con qué criterios técnicos?– que ha aminorado esos 11.355 que eran “para invertir en Canarias” hasta 8.800, es decir, 2.555 millones menos, que no son, precisamente, dos perras chicas. Es muy probable –cualquier precaución metodológica lo indica– que se someta a la propuesta canaria a una segunda criba, subrayó el presidente, para quedarse en unos 3.500 millones. Menos de un tercio de la inversión multimillonaria que el Gobierno regional se encargó de cacarear durante meses, con el consejero de Hacienda, Román Rodríguez, poniendo el huevo de los milagrosos proyectos de inversión en entrevistas, plenos y comisiones parlamentarias, discursos y artículos de opinión. Bien: el huevo del vicepresidente se ha deshinchado. De proyectos tractores a proyectos carretillas, y no es totalmente descartable que terminemos con proyectos botijos.

El Gobierno de España selecciona las inversiones que se proponen a la UE y Pedro Sánchez debe pagar abultadas facturas para garantizar el suficiente apoyo en las Cortes durante los próximos años. Hace apenas tres o cuatro días el lehendakari Íñigo Urkullo recibió a la ministra de Asuntos Exteriores y Unión Europea, Arancha González, y no se dedicaron a intercambiar biografías de Jean Monnet y Robert Schuman, sino a confirmar las perras del fondo Next Generation. Y por supuesto está Cataluña: en el diálogo con las fuerzas independentistas, sobre todo, ERC, los fondos de inversión europeos han sido y son una de las prioridades de la agenda entre los dos gobiernos, con el corredor mediterráneo como un objetivo estratégico.

Con todo lo más intolerable de lo que ocurre en Canarias es la absoluta y desvergonzada opacidad del Gobierno autonómico, con Antonio Olivera de aprendiz de brujo, visitas en la oscuridad, amables lobistas y sutiles contratos de asesoramiento, para analizar, evaluar y acoger en su seno los proyectos de inversión. Su gestión no es transparente. Ellos sí.