Me gusta esa gente que siempre te espera, estés como estés; ese soporte constante, independiente de los días y de los propios vaivenes internos que muestren o sientan. Me apasionan las personas que son capaces de quedarse con lo positivo, de querer hoy por lo que hubo ayer, las personas sin cajas adicionales en sus mesas transparentes. ¡Esas que nos facilitan la vida!

A veces, es difícil la tarea que algunas personas se asignan; ¡qué agotador deben ser los análisis parciales constantes!, la evaluación con gafas antiguas para valorar problemas o situaciones actuales, las creencias por delante de la realidad. La parcialidad de los análisis, la selección de los hechos para dar una respuesta, un criterio o una evaluación acerca de una persona, así, sin más, sin preguntarnos las consecuencias que eso tiene, y que en ocasiones solo está reflejando las áreas de mejora del puro evaluador.

A veces nos cuesta creer en uno mismo cuando entramos en círculos de personas inestables emocionalmente, donde los altibajos generan entornos -conscientes o inconscientes- de manipulación emocional.

Estas situaciones, ocasionalmente, están presentes en algunas etapas de nuestro desarrollo; las encontramos en los equipos, en las empresas, en la política, en las relaciones personales. Cada vez parece que es más normal verse en ellas y ahora, en una situación excepcional económica y social, aún con más facilidad.

El miedo y la preocupación se convierten en los escenarios ideales para estimular sentimientos de dependencia emocional, ya sean personales o profesionales. El provocador, o disparador de esas situaciones incomodas, no está en los supuestos errores que cometemos sino en los escenarios que se diseñan para realizar las evaluaciones de esos resultados. Lo encontramos en el conocido y ya muy frecuente mobbing o acoso laboral.

Nuestros padres y nuestros hijos, por naturaleza, generan unos escenarios positivos de valoración, de entrenamiento y construcción de nuestra autoestima, de nuestros valores. Nuestra familia generó la plataforma de construcción de nuestro valor interno, y ahora nuestros hijos demandan que le aportemos toda nuestra capacidad para generarles seguridad y certezas. Difícil tarea, a la que todos los padres y madres nos exponemos día tras día, ya tengan nuestros hijos cinco, diez, quince o veinte años.

En ocasiones, nos encontramos con liderazgos vacíos, simplemente con ejercicio de autoridad y ni siquiera de poder. Lo psicólogos entrenamos habilidades, capacitamos, y desarrollamos estrategias para gestionar emociones; pero la pregunta es si realmente esos egos y ciertos complejos que afloran en el ejercicio del liderazgo son moldeables.

Mientras, tenemos que saber convivir con todos esos entornos, crecer y creer constantemente en los valores evocados; como me gusta decir, pensar mucho y retornar a esos lugares mentales donde fuimos felices, donde nos valoraron, donde nos quisieron, nuestros refugios. Esos que todos tenemos, en menor o mayor medida.

Esforzarnos por recuperar esas situaciones positivas en nuestra memoria y sonreír. Esos jefes que tuvimos que nos valoraban y nos aportaron un camino de eficacia y consistencia, recordar sus palabras. Esos amigos que siempre nos recuerdan lo bien que los hemos hecho sentir en algún momento de su vida; la familia, las experiencias de esos lugares donde hemos estado y dejaron huella en nosotros, esas playas, esos grandes momentos cuando éramos ‘líderes’ en la escuela, en la universidad, en el equipo de futbol o en la clase de baile..., siempre evocando para contrarrestar esos liderazgos vacíos con los que a veces nos toca convivir.

Tips para equilibrar esos días menos brillantes

Despréndete de las dudas sobre ti mismo. Nunca te sentirás preparado para enfrentarte a un reto, así que no esperes a sentirte confiado. Actúa porque los sentimientos de confianza solo vienen después de los actos.

Sé bondadoso contigo mismo cuando te compares con los demás.

Es imposible sentirse siempre seguro, confiado. Nadie escapa de esto, ¡ni siquiera la gente de éxito! ¡Las actrices y personas con poder han confesado sentirse en el fracaso en multitud de ocasiones! Así que no intentes estar siempre confiado y seguro de ti mismo. Se ha demostrado científicamente que cuanto más lo persigues, más inseguro y triste te sentirás. A este efecto se le conoce como la ley del esfuerzo invertido.

La autoestima no depende del resultado de los actos. Se produce por el orgullo de haberlo intentado… Así que, ¡empieza por poco y atrévete!

Encuentra los motivos para creer en ti; se consciente de tus logros y no hagas responsable a la suerte, ¡lo lograste tú!

Recuerda tus valores, tu confianza aumentará y reducirás los niveles de ansiedad.

Utiliza tus valores como guía en lugar de estar constantemente focalizado en los objetivos. Marcarnos metas es complicado si no somos capaces de aceptar que podemos fracasar.

Me encanta decir que utilices una postura de poder “esas que expanden el cuerpo”; acostúmbrate a mantenerla unos minutos antes de enfrentarte a un discurso, una reunión, un partido, una conversación importante, un examen.., Esa que debes de entrenar y escenificar. Piensa que el cuerpo y la mente están comunicadas.

Lleva la emoción del miedo a la emoción de la excitación; la adrenalina es la misma, aunque canalizada de otra forma.

Trátate como un amigo; con el método científico revolucionario que todo lo cambia: la autocompasión: no es sentir pena de ti, sino tratarte como tratarías a un amigo: apoyándolo, perdonándolo y reconfortándolo para después volver a intentarlo.

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