Pablo Casado se ha hecho mayor y ha dejado la sede que heredó de Rajoy, que fue el presidente que querían que fuera los vecinos el presidente. O algo así. Era una casa encantada, con maletines en los rincones oscuros y ordenadores que expulsaban discos duros masticados a martillazos. Pero Casado no se ha marchado –me ha salido un pareado– por eso, sino porque necesitaba hacer ilusionismo.

Después de la derrota de Cataluña tenía que sacar un conejo de la chistera. Una distracción. Una película para desviar la atención de lo de Bárcenas, la financiación ilegal del partido y el sorpasso de Vox. Y decidió protagonizar la versión PP de Esta casa es una ruina. Porque el líder de la derecha, desgraciadamente, no es como el de la izquierda verdadera. A Podemos le estalla en los juzgados la pasta que se llevó la empresa Neurona o lo de la niñera alto cargo ministerial de Irene Montero o le sale musgo a la piscina y va Pablo Iglesias se suelta el moño y se lía la de dios. Se faja con los corruptos medios de comunicación españoles o con esta democracia facha que detiene raperos... y ya está. Todos los titulares entrando como un toro bravo al capote rojo del ídem. Y a otra cosa mariposa.

Pero eso solo lo puede hacer el macho alfa del poscomunismo. Casado es un líder de pijos democristianos y tiene tantos complejos heredados –desde al franquismo a las sotanas– que si se tira un eructo en el escaño del Congreso se muere de la vergüenza. Es muy blandito y al lado de Santiago Abascal, parece que no tiene ni media cachetada.

La derecha radical está volviendo por toda Europa. La defensa de la patria, de los valores occidentales –los que quiera que sean– y el rechazo a la invasión musulmana, africana y todo lo que termine en ana, menos alemana. Por supuesto que eso coincide también con la radicalización de las izquierdas y el regreso de los poscomunistas. Tipos listos, profesores universitarios o cómicos de la televisión, que ya no tienen pinta ser la momia de Lenin, sino intelectuales como Gramsci, Laclau o Groucho Marx.

Son malos tiempos para ser moderado y discreto. La gente adora a los escandalosos y a los agresivos. Se pirra por ver una pelea en la televisión. Nos encanta el morbo, qué le vamos a hacer. Un tipo que nunca pierde ni la compostura ni la raya de los pantalones jamás se comerá un rosquete. Y cuando asegura, enfurruñado, que no piensa hablar nunca más del pasado lo único que consigue es hacer el ridículo en el presente.

El populismo es básico y sus mensajes son fáciles de digerir. Son como la comida rápida, que algunos llaman comida basura. Y hoy es el menú preferido de los ciudadanos españoles y de los medios de comunicación. Iglesias y Abascal conocen las reglas de este masterchef y las cumplen a rajatabla. La derecha con lenguaje tosco. La izquierda envuelta en celofán intelectual. La película de Casado es Perdidos en el espacio.

Medidas radicales

El presidente del Parlamento de Canarias, Gustavo Matos, cristalero mayor de la macarronesia, ha decidido imponer el lenguaje inclusivo en la asamblea legislativa guanche. Porque hay diputados que llaman diputados a las diputadas. Y no sé si viceversa. Y eso no se pude consentir. No sé si el destierro del machismo parlamentario incluirá también cambiar las PNLes por VAGINLes. O que la tribuna de oradores se convierta en un tribuno de oradoros, que más que un lugar de brillantes discursos suena a una marca de galletas de chocolate. Pero va a ser un primor escuchar al presidente interactuando con los representantes del pueblo canario nominando todos sus posibles géneros y subgéneros (a riesgo de elegir uno y equivocarse). “Señoría, señore, o señor o señora portavoza, portavoz o portavozo... ¿Qué le iba a decir yo? ¡Ah, sí! ¡Le llamo al orden. O a la orden”. Es de suponer, además, que se prohíban radicalmente las conjunciones copulativas, por la sucia etimología sexual de la palabra heteropatriarcal. Los diputados, diputadas y diputades que tengan apellidos compuestos, como la carne con papas, tendrán que simplificarse. Pi y Margall sería, por ejemplo, Pi Margall, aunque suene como decir que el señor Margall se está meando. Los murales donde los guanches entregan a una doncella aborigen a los malvados conquistadores españoles serán repintados por Pepe Dámaso –aclamado por el colectivo LGTBIQNB y el que más pinta en las islas– cambiando a la pibita guanche por un abadejo y a los conquistadores por un grupo de guiris con mascarilla. Estos son los temas de palpitante actualidad en los que el Parlamento se embarca para acabar con la pobreza espiritual de este pueblo canario muerto de hambre. Y es que allí detrás de cualquier conejo salta un mato.